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El centro comercial de Rivadavia se parece a la peatonal de San Clemente en temporada
Una Rivadavia que, si no fuera por la ancha avenida con colectivos y la falta de espectáculos callejeros, se podría decir que atraviesa una transformación que recuerda a las peatonales de la costa atlántica.
Escribe Dra. Natalia Rivarola
A dos cuadras de Plaza Flores, en pleno corazón del barrio de Flores, dos adolescentes prueban y comparan las donas que se acaban de comprar. Atrás de ellas, una gran fila de vecinos – en su mayoría familias con niños – espera su turno para degustarlas afuera de un nuevo local que llenó de colores y luces de neón la entrada de la Galería Boulevard. A una cuadra el olor a pochoclo invade nuevamente la zona esta tarde de septiembre después de meses sin los clásicos carritos, ahora reformados, de Pochoflor.
Mesas en las veredas repletas de gente, algunas incluso con sombrillas, y filas para comprar conos de papas fritas y empanadas al paso completan el paisaje de una Rivadavia que, si no fuera por la ancha avenida con colectivos y la falta de espectáculos callejeros, se podría decir que atraviesa una transformación que recuerda a las peatonales de la costa atlántica.
Sin dudas Rivadavia fue y sigue siendo la columna vertebral del barrio de Flores. En un principio porque el pueblo se fundó a partir de ella y era el camino obligado de carretas y galeras que iban tierra adentro o venían de ella hacia la capital, y con el correr de las décadas porque se convirtió en un gran paseo para los vecinos y miles de visitantes de toda la Capital y el Conurbano que venían por sus cines, confiterías, bares y sus reconocidas galerías.
Y aunque hace ya varios años que no cuenta con el mismo brillo de tiempos pasados, continúa siendo el centro comercial más importante de la zona. Pero así como cambió del camino de barro a lugar de paseo y luego a centro de compras con sus numerosos locales de venta de indumentaria y zapatos, hoy, en plena cuarentena, vive una nueva metamorfosis.
Estos comercios empiezan a perder lugar ante el avance de una nueva gastronomía. Más allá de la crisis producto de la pandemia de coronavirus que se evidencia con múltiples locales con persianas bajas y carteles de “Se alquila”, los nuevos negocios apuestan por un estilo completamente diferente. Así, por ejemplo, hace un mes que abrió “Dr. Papa”, cuya estructura con forma de enorme cono de papas fritas llama la atención al lado de una parada de colectivos en Rivadavia y Terrero. Su fachada color negra y amarilla es similar a la de la cadena “Ke Papas”, que ya hace un poco más que funciona en la avenida, más precisamente cerca de Nazca, donde se forman importantes colas – en gran parte de gente que viene a comprar a Avellaneda – para comer sus mezclas de papas con diferentes salsas y toppings.
Lo que sucede es que en esta realidad que se vive, este tipo de locales de comida al paso representan una alternativa más económica tanto para los clientes como para los comerciantes. Los precios varían de $300 a $600 con opciones para compartir en familia. Así, como sucede hace años en los partidos como San Clemente del Tuyú donde es habitual comer un cono de papas mientras se camina por la peatonal, esta comida que siempre se tomó como acompañamiento logró independizarse también en Flores de las hamburguesas y las milanesas.
Algo similar de comida al paso ocurre con las “empanadas low cost”, que en último tiempo comenzaron a verse cada vez más sobre la avenida. En épocas de crisis económica caen muchas actividades y negocios. Sin embargo, algunos logran ver la oportunidad en el nuevo escenario de bolsillos flacos y consiguen crecer contra la corriente. Por eso ahora los vecinos pueden encontrar en la principal arteria locales de cadenas como “Ya! Empanadas” (Rivadavia y Varela), Empanada Manía (Rivadavia y Rivera Indarte) o “Muzarella – Pizzas y Empanadas” (Rivadavia y Gavilán). Bajo el concepto de que se consumen en la calle, caminando o en la plaza, van ganando terreno con precios que van desde los $27 a $30 por unidad.
Por otro lado, en esta renovación del centro comercial también podemos ver cómo crece el rubro de las golosinerías, con la venta de gomitas y caramelos sueltos, algo que también pudo verse en los últimos años en las peatonales veraniegas. A comercios que se establecieron en el último tiempo como “Un lugar tan dulce” o “La Golosinería” se le sumó en cuarentena “Ricomanía”.
Otra vez, los colores llamativos, con fachadas llenas de fucsia y naranja le dan un aire más moderno a la arteria principal del barrio. Al igual que ocurre con las fotogénicas donas o donuts que hizo famosas Homero Simpson y que atraen a grandes y chicos. Estas rosquillas de pan frito dulces, que tienen un marketing digno de admirar, pisan fuerte en los lugares de vacaciones y Flores ahora no escapa a esta moda con Rock and Donuts.
Auge y caída de Pumper Nic, la cadena que se grabó en la memoria de miles de vecinos
Además, se habilitó en septiembre la colocación de mesas en las veredas. Esta “solución transitoria” para que los locales gastronómicos reciban clientes en espacios abiertos donde el virus se contagia menos es algo de lo más típico del verano en las zonas de playa. Es una imagen alentadora para los dueños y empleados de los restaurantes, como también lo es para los clientes, para quienes comer fuera de sus casas representó recuperar algo de aquella cotidianidad que se perdió durante estos meses de pandemia.
Así, muchos volvieron a disfrutar los platos de sus restaurantes favoritos después de más de cinco meses de abstinencia, como ocurrió en la San José, que dispuso 10 mesas con sombrillas amarillas en la esquina de Rivadavia y Rivera Indarte, todas equipadas con recipientes de alcohol; o comer una pizza, una parrillada o un tostado en alguna de las 13 mesas que colocó Pizza y Birra en Rivadavia y San Pedrito, de las cuales por lo menos 6 están ocupadas a toda hora. Como estos dos reconocidos locales, los afortunados de las esquinas son los que más lugar pueden aprovechar. Así también Kentucky tiene habilitadas 12 mesas; Fiamma, con una gran concurrencia, unas 10; Aromi, 9 mesas; y Café Martinez 6 en la vereda y otras tantas en su hall. Mientras La Farola colocó seis afuera y las sucursales de las cadenas de comida rápida como Burger King o McDonald’s, entre 3 y 6.
Los carritos de pochoclos y garrapiñadas típicos de peatonal también tienen su lugar a uno y otro lado de la Plaza Flores. Lo que le falta a la avenida para terminar de parecerse a la costa, además obviamente del ambiente festivo, son los típicos fichines. De hecho, el barrio de Flores acaba de perder su famoso Play One. Con las persianas bajas desde el inicio de la cuarentena, a mitad de septiembre los vecinos fueron testigos de cómo se desmantelaba y sacaban los juegos que aún permanecían en el local de Rivadavia 7353.
Vale aclarar que igualmente hace tiempo venía en decadencia y mayormente se mantenía con la sala de computadoras que funcionaba al fondo. Pero sin dudas este espacio marcó varias generaciones de vecinos, al igual que el recordado Dinos, y permanecerá en la memoria de muchos que lamentaron con nostalgia su cierre.
Pero mientras la gastronomía gana terreno, los locales de ropa y zapatos retroceden. Son muchos los que bajaron sus persianas definitivamente en estos meses – como la sucursal de Scombro al 6700, en cuyo frente se puede ver un cartel de “Alquila”-, y en gran parte de los que continúan, los dueños y empleados esperan con preocupación por clientes que no llegan. El panorama va cambiando recién cuando uno se acerca para el lado de Carabobo, donde marcas como Kosiuko, Spaceball, Rimmel, Kevingston, Equus, 47 Street o Cuesta Blanca se mantienen firmes.
No es la primera vez que Rivadavia se transforma y tampoco será la última. A los locales de comida se suman otros que buscan innovar, como una imprenta rápida llegando a Pedernera- un servicio que hasta ahora no se veía entre la actividad del centro comercial -, y los cada vez más concurridos bazares. Nuevo perfil de nuestra arteria principal que busca reinventarse en épocas difíciles.