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Guillermo Roux, el adiós a un gigante del arte

El último domingo de noviembre estuvo marcado por la lluvia, el viento y el cielo gris. Ese clima significó el alivio para muchos ante la ola de calor. Pero por alguna razón esas condiciones metereológicas parecen anunciar alguna noticia no tan grata. Ese mismo domingo silencioso y húmedo, a la edad de 92 años se nos iba Guillermo Roux, uno de los artistas más importantes de la historia de nuestro país y uno de los vecinos más respetados y admirados que tuvo nuestro barrio.

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Escribe Nicolás Tatasciore

El último domingo de noviembre estuvo marcado por la lluvia, el viento y el cielo gris. Ese clima significó el alivio para muchos ante la ola de calor. Pero por alguna razón esas condiciones metereológicas parecen anunciar alguna noticia no tan grata. Ese mismo domingo silencioso y húmedo, a la edad de 92 años se nos iba Guillermo Roux, uno de los artistas más importantes de la historia de nuestro país y uno de los vecinos más respetados y admirados que tuvo nuestro barrio.

Roux, fue sin duda uno de los grandes maestros del arte argentino del siglo XX. Nacido en el barrio de Flores en septiembre de 1929, forjó desde pequeño su interés por el arte ya que su padre era Raúl Roux, un dibujante y guionista uruguayo de gran trayectoria en nuestro país. Guillermo recordó en más de una ocasión que de pequeño solía pasar horas viendo en su casa de la calle Aranguren a su padre dibujar, mientras trabajaba en un pequeño pedazo de cartulina. Durante toda su carrera, esa primera influencia paterna se haría presente.

Amor Aromático

Gracias a su convicción, pero en buena parte siguiendo ese impulso creador que lo caracterizó, Roux completó sus estudios en arte y realizó su primera exposición individual en la galería Peuser. Luego realizó, en 1956, un viaje de estudios a Italia, donde residió tres años. Allí tuvo la oportunidad de estudiar a los grandes maestros del Renacimiento y trabajó restaurando frescos y murales. En 1960 regresó a Argentina instalándose en la provincia de Jujuy, donde trabajó como maestro.

Sin embargo fue su viaje a Nueva York en 1966 el que marcó un antes y después. Allí, conoció la obra de Diebenkorn (1922-1993) y de Hopper (1882-1967), con los cuales sintió una gran afinidad estética vinculada a las referencias poéticas de la alienación humana. En los años siguientes desarrolló una serie denominada “Muebles y personajes” que marcaría el inicio de sus grandes acuarelas.

Guillermo Roux, el adiós a un gigante del arte

En estos trabajos, Roux comenzó a desmembrar la figura humana, fundiendo lo que quedaba con objetos (muebles o instrumentos musicales). Fue a partir de los años ’70 que comenzó el reconocimiento y proyección a nivel internacional, recibiendo, por ejemplo, el Premio “Dr. Augusto Palanza” por la Academia Nacional de Bellas Artes. En 1982 recibió el Premio Konex de Platino como el artista surrealista más importante en Argentina. En 2007 fue designado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por la Legislatura porteña. Además es miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes.

Sin embargo, a pesar de su fama mundial, Roux jamás olvidó su lugar de origen, Flores. Siempre se mostró nostálgico y honrado al hablar del barrio que lo vio crecer y enamorarse del arte. Actualmente, reproducciones de sus obras decoran la estación San José de Flores del Subte A dejando prueba del especial vínculo que hay entre el pintor y su barrio natal. Hasta el día de su triste partida, fue presidente honorario del Museo de Bellas Artes de la Escuela primaria J:J. de Urquiza. Desde hace muy poco tiempo, el Museo Barrio de Flores, expone una obra muy significativa.

Flores, un barrio con espíritu solidario

Se trata del “Retrato del Prof. Cayetano Sciarrillo”, realizada con pasteles en 2016. La obra es una combinación interesante ya que el artista es de Flores, al igual que el retratado; Sciarrillo fue un importante docente del Colegio N.º 9 Justo José de Urquiza que incluso llegó a dirigir el famoso museo de arte que allí se encuentra. Roux, lo retrató con una exactitud y una soltura típicas de su estilo profesional. Con líneas seguras, pero ligeras, el artista logró captar la esencia, y sobre todo la mirada del profesor. Entre tantas obras cargadas de objetos que se funden con cuerpos, este retrato es una vuelta a ese pequeño Roux que comenzó dibujando a la par de su padre.

Hoy, al arte argentino le falta uno de sus padres fundadores y al barrio le queda un dolor que tardará en sanar. Pero nos queda su trabajo, una inmensa cantidad de obras y seguramente muchos bocetos e ideas que aún no han visto la luz. Roux será eterno, como el arte mismo. Y así el Museo Barrio de Flores se compromete a hacer todo lo que esté a su alcance para preservar y compartir el indiscutible legado de este enorme y humilde artista al que tuvimos el privilegio de llamar “vecino”.

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