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En el Sur del barrio, el invalorable trabajo de los Bomberos Voluntarios de San José de Flores

Convicción y ganas de ayudar, eso es lo que mueve a los Bomberos Voluntarios de San José de Flores. En un momento donde muchas personas se encuentran con sus trabajos paralizados por el coronavirus, ellos multiplican esfuerzos y se ponen al hombro el cuidado de los vecinos del Barrio Padre Rodolfo Ricciardelli.

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Escribe Dra. Natalia Rivarola

Convicción y ganas de ayudar, eso es lo que mueve a los Bomberos Voluntarios de San José de Flores. En un momento donde muchas personas se encuentran con sus trabajos paralizados por el coronavirus, ellos multiplican esfuerzos y se ponen al hombro el cuidado de los vecinos del Barrio Padre Rodolfo Ricciardelli.

“Nosotros estamos donde nadie quiere, donde el Estado está ausente”, dice Juan Etcheberry, uno de los fundadores de la Asociación, quien contó a Flores de Papel cómo surgió la idea de formar el cuartel que hoy tiene un cuerpo activo de 22 bomberos, su relación con los vecinos y cómo trabajan frente a la pandemia, que al cierre de esta edición afecta a 1074 personas de la zona y se cobró la vida de 16.

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Si bien no se concretó hasta varios años después, según cuenta Juan – quien hace 13 años trabaja en desarrollo social – , la iniciativa de que el Bajo Flores tuviera su propio cuartel de bomberos surgió en parte gracias al Papa Francisco, que, cuando aún era el cardenal Jorge Mario Bergoglio, en una visita al barrio se enfrentó con que habían fallecido cuatro hermanitos en un incendio y vio que los vecinos necesitaban contar con un equipo de gente que los pudiera cuidar.

Y fue desde ese momento que un grupo de amigos – la mayoría bomberos con mucha experiencia en creación de cuarteles voluntarios dentro de Capital- comenzó a trabajar para ver cómo podían ayudar. “Un día, recorriendo el barrio, Javier Paez (actual presidente de la Asociación Civil y comandante en jefe del cuerpo activo del cuartel) se cruzó con la Parroquia Madre del Pueblo y entró a hablar con el que hoy es el párroco, Juan Isasmendi. Llevó la inquietud de formar un cuartel de bomberos. A Juan le gustó mucho la idea y dijo ‘vamos a empezar a caminar juntos’. Y logramos plasmarla el 10 de julio de 2018”, cuenta sobre cómo se inició el cuartel, que comenzó funcionando en las instalaciones de la misma iglesia.

“Empezamos dando los cursos y charlas ahí. Y la parte práctica la hacíamos corriendo por los pasillos para ir conociendo las necesidades del barrio y también cómo era físicamente”. Gracias a mucho esfuerzo y su gran labor, hace unos ocho meses que cuentan con un espacio físico sobre la calle Perito Moreno, justo enfrente de la parroquia.

Pensar en el otro

Se trata de containers que funcionaban como oficinas del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC) que les brindaron en comodato. “Al no tener un lugar, a nosotros se nos dificultaba la tarea porque necesitamos tener guardias por la noche. El cuartel no duerme, trabaja los 365 días, las 24 horas”, explica, para agregar que cuando se desató la pandemia de coronavirus les dieron dos contenedores más.

Con la fuerte convicción de “dar una mano” adonde la asistencia del Estado apenas llega, los Bomberos Voluntarios de Flores arrancaron prácticamente sin recursos pero mucha vocación. “A nosotros nos salió la personería jurídica hace muy poco por lo que todavía no pudimos recibir ningún subsidio del Gobierno. Todo es a pulmón, pidiendo donaciones y muchas veces poniendo de nuestros bolsillos, sobre todo la Comisión Directiva que somos los que tratamos de solventar los mínimos gastos que pueden tener los chicos. Pensemos que el bombero voluntario no tiene un sueldo, tiene que tener otro empleo, y hoy muchos del cuerpo activo se están enfrentando a que no tienen trabajo. Entonces nosotros nos sentimos en la obligación de, por lo menos, cumplir con lo que son necesidades básicas, como transporte y alimentos”.

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La única unidad móvil con la que cuentan – una camioneta tipo utilitario Fiat Fiorino que adentro tiene una bomba con un tanque de agua de 400 litros – la adquirieron ellos mismos. Mientras que la ropa de trabajo y los elementos de protección personal fueron todas donaciones.

Si bien Juan sostiene que el cuartel siempre fue un poco atípico a los de bomberos comunes debido a que tienen muchísimo trabajo social por las condiciones socioeconómicas del Barrio Ricciardelli, con el avance del coronavirus esa característica que lo distingue se vio enormemente potenciada: “Cuando se desata la pandemia, antes de que salga la prohibición de salir a las calles, nosotros ya hace diez días veníamos trabajando con la iglesia dentro del barrio porque lo veíamos venir. Empezamos a trabajar el distanciamiento social, higienizar, capacitar a la gente, contarles cómo se tenían que cuidar y a desarrollar lo que son los protocolos. En la Parroquia hoy funciona una cocina que antes no lo hacía, se entregaban solo los alimentos. Y el cura puso a cocinar a las voluntarias del barrio. También está la iglesia San Francisco y algunos comedores comunitarios. Nosotros estamos entregando diariamente entre 4500 y 5000 viandas”, cuenta sobre el trabajo que realizan, que lejos está de terminar allí.

También se ocupan de llevar alimentos a la gente que está aislada por posibles Covid-19 y a los adultos mayores que no pueden acercarse a buscar su vianda; y cada mañana salen con su unidad a clorar por todos los pasillos y entradas de las viviendas. “Trabajamos con un mapa de riesgo conjuntamente con Juan Isasmendi. Más allá de que ahora se hizo esta central de testeo en San Lorenzo, antes nosotros cuando detectábamos algún posible infectado íbamos y atacábamos esa manzana para que no se disemine”, explica.

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Esto es posible gracias a la gran red interna que se armó por WhatsApp con todos los “responsables de manzana”: “automáticamente frente a un posible contagiado se dispara una alarma y vamos hasta el lugar. En casi todos los casos intervenimos nosotros porque son lugares que muchas veces las ambulancias no llegan. Tomando las medidas de precaución, se trata de trasladar a la persona o mismo se ayuda a que los enfermeros puedan entrar”.

Su trabajo es invalorable, e incluso un coronel del Ejército – fuerza que desde el 22 de mayo ayuda en el comedor de la iglesia – se los reconoció, y por eso todos los vecinos les agradecen. “La verdad que el trato de la gente es increíble. Más allá de que nosotros de a poquito fuimos haciendo el trabajo con el vecino para que nos sientan parte, hoy nos defienden y nos quieren un montón porque saben que estamos trabajando para ellos. Estamos en el lugar donde nadie quiere estar y aparte muchas de las primeras camadas de bomberos es gente del barrio, como algunos chicos recuperados con problemas de adicciones. La sensación es increíble, caminar por el barrio y que te salude todo el mundo y ser reconocido es la mejor devolución que nosotros podemos tener”, cuenta con orgullo, e invita a quien quiera sumarse a que se acerque al cuartel o se comunique por redes sociales.

Debido a la gran dificultad que atraviesan para solventar todos los gastos, como el seguro y el combustible del vehículo o los seguros de accidentes personales que deben tener los bomberos, se encuentran recibiendo todo tipo de donaciones, tanto para poder llevar a cabo su tarea como para colaborar con la Parroquia Madre del Pueblo, que “tiene el timón del barco”.

“La idea es que nos cuidemos entre todos, sepan que estamos para ayudarlos y trabajar con el barrio”. Las necesidades y las tares siempre son numerosas, pero en un contexto de pandemia en una zona donde muchos vecinos no cuentan ni con los servicios básicos y sufren condiciones de hacinamiento éstas son impresionantes. “Un cuartel de bomberos voluntarios tiene 1100 operaciones en todo el año. Nosotros en lo que va del trascurso de dos meses tuvimos más de 950”, detalla Juan. Pero, sin dudas, concluye: “La parte social es la que termina de alimentar el alma”.

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