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Flores en tiempos del coronavirus

La pandemia implica un impacto muy importante porque nos obliga a cambiar hábitos, transformar relaciones y genera temor e incertidumbre. Para permanecer sanos debemos procurar que otros también lo estén. Es una oportunidad de reforzar nuestro sentido de pertenencia a nuestro barrio, porque de esto solo podemos salir entre todos.

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Escribe Dra. Natalia Rivarola

En enero, cuando comenzaron a circular las primeras noticias de que habían identificado un nuevo virus en China, lo veíamos como algo lejano. Nadie se imaginaba realmente que llegaría a impactar de esta manera en nuestras vidas. Era algo que observábamos en la pantalla de la tele desde el otro lado del mundo. Pero un día llegó a nuestras calles y todo cambió. En gran parte porque se tomaron medidas inéditas en nuestra historia.

Primero fue la suspensión de eventos, después los chicos dejaron de ir a los colegios y se comenzó a recomendar el trabajo en casa. Hasta que el Gobierno tomó la decisión más fuerte y todos los que no se desempeñan en áreas consideradas esenciales se vieron obligados a quedarse en aislamiento. Comenzó la paranoia, la compra excesiva de productos, peleas en la búsqueda de alcohol en gel, los balcones y terrazas se convirtieron en protagonistas, el Himno Nacional empezó a sonar cada noche tras los aplausos a los profesionales de la salud. La rutina de los vecinos se vio sacudida como nunca antes, y así, como en toda época de crisis, afloró lo mejor y en muchos casos también lo peor de la sociedad.

El primer caso de coronavirus en la Ciudad se confirmó el 3 de marzo, pero las primeras medidas llegaron el jueves 12, con el decreto de Horacio Rodríguez Larreta que prohibía los eventos masivos, como recitales, boliches, museos y espectáculos deportivos.

Las primeras “alarmas” entre los vecinos comenzaban a sonar, pero lejos se estaba aún de tomar conciencia. Ejemplo de esto fue que ese mismo fin de semana se clausuró luego de una inspección el boliche de Flores Ivanoff por incumplir con el decreto. Tan solo tres días después de esa primer medida – la Nación antes había dispuesto la cuarentena obligatoria para las personas que regresaban del exterior -, llegó otra que afectó aún más el día a día de muchas personas: se anunció la suspensión de las clases presenciales para todos los niveles educativos, con la recomendación de evitar salir de las casas por prevención. Por lo que los chicos dejaron de concurrir a las escuelas, aunque los contenidos se siguieron impartiendo de manera virtual.

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Así las cosas se comenzaron a complicar. El hecho de no tener con quien dejar a los más chicos generó inconvenientes, además de que no todos los alumnos tienen computadoras e internet en sus hogares, como tampoco cuentan con impresoras. Con los días, y la cuarentena obligatoria ya establecida, consultas sobre librerías en el barrio que abrieran para poder imprimir “las tareas que mandan en las plataformas” se empezaron a multiplicar en el grupo de Flores. Pero el colegio no solo es para los niños el lugar donde reciben educación, sino también es un espacio de contención y, para muchos, donde pueden tener una comida gracias a las viandas.

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Por eso, el Gobierno siguió entregando a los establecimientos sándwiches y frutas, que cada mediodía las familias debían acercarse a retirar, formándose una gran fila de gente en más de una ocasión, como sucedía en la escuela de Varela y Eva Perón. Debido a los inconvenientes que generaba el tener que trasladarse diariamente a los colegios en el marco de las medidas de aislamiento social, la administración de Larreta decidió modificar el sistema de entrega de alimentos a partir del comienzo de la extensión de la cuarentena y ahora reparten una canasta con arroz, fideos, atún, cajas de leche y galletitas cada dos semanas.

Pero al igual que a muchas de estas familias les costaba acercase a retirar la comida, sucede que muchos florenses se ven imposibilitamos de ir a hacer las compras básicas por pertenecer a grupos de riesgo, ya sea por cuestiones de edad o por sufrir de enfermedades preexistentes, y lamentablemente no cuentan con familiares que puedan ayudarlos. Ahí es cuando la crisis saca a relucir el lado solidario del barrio. Decenas de vecinos se ofrecen día a día para hacer compras en farmacias y comercios de proximidad y alcanzarles los productos hasta sus domicilios.

Con la misma preocupación intentan ayudar a las personas en situación de calle, acercándoles un plato de comida y algo para beber manteniendo las normas de distancia social y comunicándole a dicha persona que puede ser reubicada por el BAP (Buenos Aires Presente) con el número telefónico 108, para realizar la cuarentena en aislamiento en Polideportivos. Además, con la misma intención continúan entregando viandas a familias en situación de vulnerabilidad en la Iglesia San José de Flores, donde se forman grandes colas hasta tres horas antes de que comiencen a repartir la comida.

Muchos otros vecinos decidieron dejar en distintos puntos del barrio cajas con alimentos para quienes realmente los necesiten e incluso negocios locales aportaron su granito de arena con donaciones, como fue el caso de la Panadería San Lorenzo, ubicada en Ramón Falcón y Membrillar, que entregó a la vecina Mery Acosta 150 facturas, que ésta colocó en bolsitas de a tres para repartir, o la verdulería Katy Pillco de Yerbal y Caracas, que ante la pandemia decidió cerrar por unos días pero antes donó mercadería a quienes la precisaran e incluso se la llevaron hasta sus casas a personas de grupos de riesgo.

Pero así como se multiplica la solidaridad de algunos, otros muestran su peor faceta. No faltan los “vivos” que se aprovechan de la buena voluntad de quienes quieren ayudar. “En representación de Un Mar de Fueguitos en Flores escribo para advertir de personas que inescrupulosamente han mentido para que se les entregue alimentos. Lamentamos mucho que después de grandes esfuerzos que implican obtener donaciones, comunicaciones, traslados, permisos para circular puedan existir descarados y descaradas que se aprovechen de momentos como estos”, escribió Fernanda Lorente en el grupo del barrio. A su vez, muchos comercios, tomando ventaja de la situación crítica, aumentaron sus precios de manera exorbitante pese a que el Gobierno estableció “precios de referencia”. “Antes nos afanaban los motochorros, ahora son algunos comerciantes inescrupulosos”, comentaba indignado un vecino.

Otra polémica actitud se puede ver en quienes vacían las góndolas de los supermercados, no dejando productos para las demás personas, y en aquellos que aprovechan las excepciones por las que se permite circular durante la cuarentena para pasear por Flores. Así se multiplican las denuncias de quienes observan a vecinos yendo a hacer las compras en grupos de a dos e incluso tres personas y contra quienes con la excusa de sacar a la mascota caminan numerosas cuadras. “Un saludo para todos los ‘vivos’ que sacan al perro y dan vueltas y vueltas. Especialmente en la zona de la Clínica Santa Isabel y el colegio Misericordia”, se quejó un hombre. Misma situación aseguran se repite por la zona de las Casitas ex Municipales; Artigas y Bogotá; y Quirno y Directorio, entre muchos otros lugares.

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Pero estos momentos que enojan a más de uno se producen en el día. Cuando comienza a caer el sol, el clima cambia y los vecinos salen a sus balcones y terrazas para cantar, bailar y acortar, aunque sea un poco, la distancia social a la que los obligó el coronavirus. El ejercicio de catarsis colectiva tiene su clímax a las 21, cuando se produce un aplauso generalizado para agradecerles sus esfuerzos a los trabajadores de la salud. Pero no termina ahí. También tuvieron lugar algunas protestas, como el “ruidazo” contra la violencia de género debido a la gran cantidad de femicidios ocurridos desde que comenzó la cuarentena, o el cacerolazo para reclamar que los políticos se bajen los sueldos.

Pero sobre todo también se viven momentos de emoción y sonrisas. “Todas las noches a las 21 se corta lo que se está haciendo para asomarse a aplaudir. Estoy subiendo a la terraza del edificio en Falcón y Culpina y hay un vecino que creo está por Alberdi que pone al mango el Himno Nacional. Piel de gallina te pone escucharlo en la inmensidad de la noche y ves a cada persona paradita desde su balcón y, cuando termina, un aplauso generalizado. A ese vecino quiero agradecerle por hacerme vivir un momento tan emocionante”, compartió una mujer en redes.

De la misma manera, otra de la manzana de Membrillar, Bonorino, Directorio y José Bonifacio alegra las noches con música para todos los gustos a pedido de quienes viven en la zona. En la manzana de Falcón, Quirno, Alberdi y José martí, hay un artista que casi todas las tardes sale a su balcón a cantarle al barrio con la guitarra; y lo mismo sucede en San Pedrito al 100. “Nos alegra el día en medio de todo esto tan triste que está pasando. Un ratito de música siempre hace bien al alma”, aseguran en la zona. Así como también hay vecinos que se entretienen haciendo juegos de luces con el departamento de enfrente. Sin dudas, la movida de los balcones tiene un efecto reparador y ayuda a combatir el aislamiento.

La pandemia implica un impacto muy importante porque nos obliga a cambiar hábitos, transformar relaciones y genera temor e incertidumbre. Pero toda situación de crisis representa también una oportunidad. Para permanecer sanos debemos procurar que otros también lo estén. Es una oportunidad de reforzar nuestro sentido de pertenencia a nuestro barrio, a nuestra comunidad. La oportunidad de valorar nuestro compromiso con nosotros mismos y los otros, porque de esto solo podemos salir entre todos.

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