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Tita e Inés, dos orgullos del barrio

Una cose cientos de barbijos para los hospitales, la otra los confecciona para repartir entre los vecinos que no tienen posibilidad de conseguirlos. Las historias de Tita e Inés.

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Escribe Dra. Natalia Rivarola

Una cose cientos de barbijos para los hospitales, la otra los confecciona para repartir entre los vecinos que no tienen posibilidad de conseguirlos. Las historias de Tita e Inés, dos abuelas del barrio de flores que en medio de la crisis por la pandemia son ejemplos a seguir y demuestran que no hay edad para ayudar.

“Ella unificó a todo Flores. Más de mil personas le pusieron cosas hermosas, no hubo ni un solo mensaje malo. Se lo mostré y dijo ‘yo tengo que hacer un cartel agradeciendo a mi público’ y así lo hizo. Ama con locura el barrio”. Quien habla es Mónica Treviranus, autora del posteo en Facebook que hizo famosa a Tita, la vecina de 86 años de Avellaneda al 2500, que al cierre de esta edición cosió más de 350 barbijos que luego se donaron a hospitales.

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Su nombre es Filomena Schiavone y vive en Flores hace 40 años, mismo barrio que alberga a su hija, nieta, bisnieta e hija del corazón, quien habló con Flores de Papel sobre la labor solidaria que realizan juntas, ya que Tita no sale para nada de su hogar para cuidarse. “Yo soy de Manos que Ayudan, que hacemos voluntariado. Damos de comer a gente en condición de calle y siempre Tita colaboró tejiendo gorritos o juntándome frazadas. Y esta vuelta nos pidieron de los hospitales si podíamos hacer barbijos. Yo tengo un local de delivery textil y Ana Luisa Llancaleo me confecciona las cortinas, y como no podíamos vender dijimos de ayudar antes de estar paradas. Entonces Gendarmería nos trajo la friselina y desde la organización también compraron tela. Se lo comenté a Tita y ella enseguida me dijo que sí. Recibimos la tela, hacemos los moldes, se los llevo a su departamento y ella los cose”, explica “Mona”.

Los barbijos ya los utilizan personal del Hospital Álvarez, Penna, el de San Martin y el ex Castex. “Parte le llevo a Tita y parte lo hacemos nosotras. Ella siempre colabora desde el amor, es un ejemplo”.
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Mona, que también es conocida en el barrio por colaborar en merenderos y ser payamédica en el Garrahan, cuenta que Tita hace el trabajo con una máquina que pertenecía a su mamá a una velocidad increíble: llegó a coser 60 barbijos en menos de tres días. “Me dice ‘mándame más’ porque la entretiene y porque es solidaria nata. Lo mismo cuando nos llega ropa que donan y a lo mejor esta viejita o rota y se lo doy a ella que la cose perfecta en el momento”.

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Apasionada por Flores, dice que “es el barrio que le dio todo”. “Su hija fue docente y se jubiló en colegios de Flores (Maternal del Hospital Álvarez y el Colegio del Chaco), y su nieta también es docente acá”, explica su “hija postiza”, y agrega: “me quedó una frase de cuando le mostré todas las cosas lindas que los vecinos decían. Ella dijo ‘¿y ahora yo cómo hago para abrazarlos a todos?’. Me mató de amor y eso es ella”.

Pero Tita no es el único ejemplo de solidaridad y fuerza de voluntad en el barrio en tiempos de pandemia. Unas cuantas cuadras más al sur, sobre Francisco Bilbao, vive Inés Castro España (73), quien a principios de marzo, con una hija profesional de la salud, vio el caos que se acercaba y caminó alrededor de 40 cuadras para comprar barbijos de calidad.

Finalmente adquirió unos a un precio muy elevado y al ver que eran muy difíciles de conseguir decidió comprar tela y todo lo necesario para confeccionarlos ella misma para los vecinos que no tuvieran la posibilidad de obtenerlos. “Cosía de noche y los entregaba a domicilio. Con tan poco, uno puede contribuir a dar una caricia al alma. No se puede lucrar con la necesidad de la gente”, dice a este periódico la mujer que vive hace 26 años en el barrio. “Empecé a ver a mis vecinos que salían con un pañuelo de cuello en la boca y les contaba que confecciono barbijos. Me preguntaban cuánto los cobraba y de ninguna manera, yo los regalo. Fui donando y llevando a las casas de la gente que me pedía o que yo veía que no tenían. Uno siempre socorre al vecino. Yo soy hija de inmigrantes que vinieron en los barcos, con los baúles llenos de ilusiones para tener una vida mejor. Mamé de chica la solidaridad que tuvieron mis padres con las personas”, cuenta orgullosa.

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Esa misma solidaridad que se reflejó cuando era docente de secundario y ayudaba a adolescentes de condición humilde. “La parte social la inicié en el año 2003, cuando donde trabajaba nos encontrábamos con chicos que no desayunaban. Poníamos dinero para comprarles mate cocido, pan, armar una canasta para algún alumno. Me empecé a dedicar a lo caritativo que es lo que siempre me gustó. Me asocié con otra vecina y hemos juntado ropa para un pueblito que se había inundado. Siempre he tenido una mirada al necesitado, a la persona en situación de calle, al cartonero, a quien te pide para comer. Siempre mantuve un diálogo para ver en qué se podía ayudar”.

Inés, quien se define como una “ciudadana comprometida” y que también está muy activa con la problemática del dengue en Flores pidiendo fumigaciones, le dedica mucho tiempo y dinero de su propio bolsillo a estos tapabocas para ayudar a quienes lo necesitan. Hacer cada uno le lleva alrededor de una hora, “entre cortarlo, emprolijarlo, coser los elásticos…”. Y se encarga ella misma de repartirlos cuando sale a la calle, que lo hace lo mínimo e indispensable y con todos los recaudos necesarios.

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Incluso en las Pascuas repartió huevos de chocolate a gente que no podía salir de su casa para comprarlos. “Mi familia ni estaba enterada de lo que estaba haciendo, porque son cosas que hago porque me nacen”, cuenta en medio de la entrevista, para asegurar luego que tratará de comprar más tela para seguir fabricando esta protección. “La verdad que estoy contenta. Llegué a una etapa de mi vida donde no trabajo y me dedico a esto, a poder darle una caricia al alma a quien lo necesita”, finaliza.

Sin dudas, dos personas de quienes todos los vecinos de Flores deberían sentirse orgullosos y que demuestran que siempre, a cualquier edad, ya sea con grandes o pequeños gestos, se puede ayudar.

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