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La historia de Pelusa, la payasa que quiere agitar corazones

La conmovedora historia de una vecina ejemplo de superación que lucha para mejorarles aunque sea un poquito la vida a los chicos en situación de calle.

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Escribe Dra. Natalia Rivarola

“Salgo al ruedo para agitar corazones y que podamos hacer algo. Cuesta, pero uno le puede ganar a la calle”. Quien habla es María Indaburu, más conocida como “Pelusa”, y lo dice con conocimiento de causa, tras haber vivido parte de su infancia sin hogar, sufriendo del hambre y la violencia.Agitemos corazones”, repite. Ese es su lema y lo intenta cada día al disfrazarse de payasa para repartir juguetes y comida en los hospitales y plazas del barrio o al participar de jornadas solidarias con la Fundación Lautaro Te Necesita. La conmovedora historia de una vecina ejemplo de superación que lucha para mejorarles aunque sea un poquito la vida a los chicos en situación de calle.

Todo comenzó en Montevideo, Uruguay, hace 51 años, cuando unas monjas que visitaban un hospital de tuberculosos escucharon ruidos en los tachos de basura del baño y se acercaron para darse cuenta de que se trataba de dos bebas que habían sido abandonadas. Una de ellas era la protagonista de este relato, que no pesaba más de 900 gramos y tenía agusanada las orejas y el paladar. “Me habían dejado con mi partida de nacimiento, siempre tuve mis orígenes claros”, cuenta Pelusa, aunque explica que nunca pudo formar una relación con su familia biológica.

Recibieron los cuidados necesarios ante sus frágiles estados de salud y luego las monjas las llevaron a un convento, donde pudieron tener una infancia feliz, hasta que les informaron que debían ser trasladadas a un reformatorio. Pelusa tenía solo 9 años y le habían contado las pésimas experiencias que vivían muchas nenas en “esos lugares”. Entonces no lo dudó: habló con su amiga y juntas decidieron escaparse. Después de un día y medio de viaje llegaron a Colonia, que lejos estaba de ser el lugar turístico que es hoy. “Ahí lo malo lo tuve servido en bandeja. Sufrí mucho la violencia de la calle y el hambre, comía de los tachos de basura”, cuenta.

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Su situación vulnerable hizo que personas mayores se aprovecharan: “Fuimos a un campo donde nos hacían trabajar juntando papas. Nos levantaban a las 4 de la mañana y nos daban mate amargo con whisky para activarnos. Ella (su amiga, su “negrita”) nunca me lo dijo, pero creo que ahí fue abusada”. Tiempo después volvieron a la calle, donde la vida y la sociedad las siguió golpeando. “Yo lo que tengo grabado es la violencia, quizás alguien pasaba y te pegaba con un palo. Siempre digo que Dios tenía un propósito conmigo, porque me costó mucho, tuve que pelearla para no caer en nada malo”, sostiene. Su amiga no corrió con la misma suerte. A los 13 años empezó a prostituirse y a consumir drogas y murió poco tiempo después. Sin embargo, pese a las tristezas, gracias a su fuerza de voluntad, un día las cosas comenzarían a mejorar para “Pelu”. “No me preguntes cómo, pero vivía en la calle y caminaba cinco kilómetros todos los días para ir a una escuela rural. Ahí conocí a Carlos, el papá de mis hijos mayores”. Cuando se casaron él tenía 18 y ella 15. Juntos emprendieron viaje a Buenos Aires, donde la vida cambiaría para siempre.

Apenas llegaron al país, el primer lugar que los acobijó fue Flores, barrio que ella siente como propio. “Vinimos a vivir a Condarco y Rivadavia y para salir adelante empecé a vender torta fritas en la Plaza Flores”, recuerda. Con Carlos tuvieron dos hijos, Matías (30) y Florencia (24) y se mudaron a Avellaneda y Artigas. “Cuando tenía 33 años nos separamos y me fui a vivir a Lafuente y Alberdi. Siempre el barrio fue mi lugar”. Tiempo después conoció a Paul, quien se transformaría en el padre de su tercer hijo, Nachito (12).

Aunque nunca ejerció, estudió para ser maestra jardinera. “Siempre me interesó estar cerca de los niños. El corazón solidario de esa monja que me rescató a mí me dio la base. Yo creo que se puede salir adelante”. Así fue como desde su lugar continuamente trató de ayudar a los chicos que más lo necesitaban: “Si iba a limpiar una casa por hora, cuando salía compraba galletitas para mi familia y para los chicos de la calle. Nunca les doy dinero porque atrás hay una mafia o una golpiza”. No sabe bien cuando, pero un día decidió dar un paso más y se puso un traje rosa con lunares de colores, se pintó la cara, se colocó una peluca y una nariz roja y así se transformó en una payasa para animar a los más chicos. “Me siento muy cómoda, debe ser el personaje que me sacó adelante. Aparte soy una payasa rarísima, no hago malabarismo, magia… no hago nada -se ríe – yo doy amor y creo que el amor salva al mundo, aunque parezca muy cursi”. Con su personaje hace ya años que anima eventos solidarios y reparte juguetes y comida para las familias de chicos internados en los Hospitales Álvarez y Piñero; y también colabora con la Casa de Ronald McDonald de Buenos Aires, a través de la Fundación Lautaro Te Necesita, la cual conoció cuando sus hijos iban al Colegio Misericordia.

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Hace tres años además comenzó a ir a la Iglesia La Paz que está en Rivera Indarte y Bilbao y con ellos realizó un evento de juegos en Plaza Misericordia, jornadas en villas, así como charlas con en el grupo “Anímate Mujer”. “Yo propongo y la iglesia me acompaña. Los pastores Ramón y Adriana me ayudan muchísimo. Donan cosas y me dan lugar”. Aunque confiesa que no se detiene con nadie cuando ve que hay vueltas. “Siento que la emergencia es inmediata. A veces hay protocolos que entiendo que hay que respetar pero me mandó por la mía. Yo pongo la cara y muestro todo por Facebook”. Las redes sociales se convirtieron en una herramienta muy importante para su labor, ya que a través de su cuenta “Maria Indaburu” consigue muchas de las donaciones y difunde el destino de ellas.

Sus grandes jornadas solidarias se dan en marzo (mes que arma bolsitas escolares con útiles y guardapolvos), agosto y diciembre. La ayuda se necesita siempre pero fin de año sabe que es especialmente duro. “Quiero convocar a todos para que donen pan dulce, fideos, arroz, latas de atún, algo práctico para que las familias necesitadas puedan comer algo rico en las fiestas. Quiero hacerles una caja navideña”, se entusiasma, y recuerda: “mis Navidades fueron caóticas y quiero ayudar a que chicos no pasen eso”.

Hoy, con 51 años y una familia que la apoya incondicionalmente, lejos quedaron esos tiempos donde el hambre le hacía doler la panza y la desequilibraba. “Soy una agradecida porque pude salir, pero he visto quedar en el camino. La infancia está muy mal cuidada”. “Recibo tanto amor que tengo que devolverlo”, concluye la florense de corazón que se ilusiona con un día poder conseguir el apoyo necesario para organizar un gran movimiento en el barrio que la acobijó.

*Quienes deseen colaborar con donaciones o tiempo pueden comunicarse a través del Facebook “Maria Indaburu” o al 152576902.

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