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La Basílica San José de Flores, a través de los siglos: hoy embajadora florense ante el mundo entero

Quizás esos vecinos de hace muchísimos años, a lo mejor nunca se hubieran imaginado que hoy la Basílica San José de Flores es la segunda, prácticamente, en importancia de Argentina. Gracias al Papa Francisco, nuestra Basílica fue vista en todo el mundo.

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Fue muy conmovedora la repercusión en los medios del mundo. Realmente han venido medios, todos los idiomas, con traductores, con todos los equipos para poder registrar lo que era la Basílica. Y era muy conmovedor ver cuando llegaban los reporteros o incluso los turistas, se quedaban impactados. Nadie se imaginaba que se encontrarían con semejante templo.

Un templo barrial, pero de una magnitud que va más allá de un barrio, claramente. Un hecho importante también es que la Basílica se restauró silenciosamente durante el papado de Francisco, valorando una Argentina que le da valor a las tradiciones, la vida espiritual, la vida de la iglesia.

Esta Basílica tiene una historia para contar

No muchos saben que el imponente templo de columnas estilo corintias fue inaugurado recién en 1883, el mismo año que el pueblo de Flores alcanzó el rango de ciudad. Este no fue el primero, ni tampoco el segundo edificio.

De hecho, la capilla original ni siquiera estaba ubicada sobre la Avenida Rivadavia, antes llamada El Camino Real.

El primer templo data de 1806, y fue el paso inicial para fundar el pueblo de Flores. El dueño de las tierras de lo que hoy es el barrio fue Don Juan Diego Flores (las había adquirido en 1776 por 500 pesos de plata), quien al morir en 1801, las dejó en herencia a su hijo adoptivo Ramón Francisco, y éste en el año 1805, siguiendo el consejo de su administrador Antonio Millán –amigo y albacea de su padre adoptivo- decidió fraccionar la parte central de su propiedad, la cual era atravesada por el camino Real, en pequeños lotes para lograr una venta más productiva.

En estas conversaciones estaban cuando el flamante obispo español Benito de Lué y Riega, que había comenzado una visita pastoral por los alrededores, manifestó públicamente su pesar por la falta de asistencia religiosa de los pobladores de la región –la iglesia más cercana hacia el oeste se encontraba en Morón-. Esto facilitó el plan del propietario de tan solo 25 años y su consejero quienes se apresuraron a donarle una manzana sobre El Camino Real para futura sede de una nueva parroquia, para asegurar la suerte del pueblo que proyectaban.

Así, con la autorización del virrey Sobremonte, el 31 de mayo de 1806 se dispuso construir una capilla que fuera cabecera de una nueva parroquia dedicada al patrono San José. Para identificar el paraje se le agregó “de Flores”, ya que, a falta de otras referencias, era común que los nombres de los propietarios de estancias se extendieran a los caminos y montes vecinos. Y así nació la denominación de San José de Flores, que aún perdura hasta nuestros días.

Finalmente, en el mes de noviembre se comenzó a levantar el primer oratorio del nuevo curato sobre la actual calle Rivera Indarte, con frente al este: se trataba de una precaria construcción de doce varas de largo, cubierta de azotea con tirantes de lapacho, alfajías de cedro; dos puertas y una ventana. Además como complemento necesario a esta obra, se construyeron también una sala de ocho varas de largo y un rancho de doce, este último de maderas de palma, tijeras de durazno cubierta de paja y paredes de barro y paja. Este templo, si bien llenó las necesidades más urgentes, estaba lejos de responder a las exigencias de su destino. Al poco tiempo comenzó a mostrar filtraciones de agua y graves rajaduras en sus paredes, lo que amenazaba la seguridad de los pocos devotos que lo frecuentaban.


El padre Simón de Bustamante fue el primer sacerdote interino, y dos años después, el padre Miguel García, un sacerdote egresado de las universidades de Córdoba y Chuquisaca quien con los años llegó a ser presidente de la Legislatura y más tarde rector de la Universidad de Buenos Aires, fue designado oficialmente primer párroco.

Fue este último quien debió abocarse con urgencia a edificar un templo más sólido y se puso en campaña para recaudar fondos entre los vecinos de la parroquia, consiguiendo una donación de doce mil ladrillos de primera calidad por el propio Ramón Francisco Flores.

Sin embargo, los habitantes del barrio eran de bajos recursos y el padre poco pudo hacer con el dinero obtenido. El 19 de febrero de 1810 comenzaron a realizarse los cimientos de la nueva Iglesia, en una extensión aproximada de “8,5 varas de frente por 20 de fondo”, pero el 12 de mayo de ese mismo año los trabajos tuvieron que suspenderse por falta de fondos. Casi un año después, se recomenzaron las obras, quedando nuevamente suspendidas el 10 de mayo. Al no lograr darle término, el presbítero García se vio obligado a establecer la Iglesia en uno de los corredores contiguos al edificio en construcción, y durante dos décadas se mantuvo en ese lugar.

En 1823, el gobierno de Bernardino Rivadavia resolvió por decreto emprender la terminación del templo, proyecto que nunca se concretó. Fue así que los padres Manuel José de Warnes, José Ignacio Grela y Nicolás Herrera heredaron un templo a medio construir. Este último llegó en 1824. Para entonces la capilla resultaba pequeña y los vecinos -no obstante las cuatro misas del domingo- quedaban fuera sufriendo las inclemencias del tiempo.

Herrera introdujo importantes reformas y se encargó de embellecer la iglesia con nuevas imágenes, colocando en el centro del altar mayor la del patrono San José, obra del escultor Isidoro Lorea; y por primera vez los vecinos pudieron escuchar música sacra proveniente de un pequeño órgano de construcción local, para el que se habilitó un nuevo coro de madera.


Muchas de estas mejoras -como la pintura, el dorado de los altares, las verjas, los cuadros, las campanas o los postes en el atrio para que los paisanos pudieran los domingos amarrar sus cabalgaduras- se hicieron con generosas donaciones de vecinos de la capital, que por ese entonces ya comenzaban a edificar sus casas de descanso en el pueblo. Pero contrariamente a sus antecesores, que militaron en forma activa en el partido federal, Herrera manifestó su simpatía por los unitarios y se solidarizó en 1829 con la revolución de Lavalle, lo que motivó su remoción del curato al año siguiente.

Segundo templo

En febrero de 1830 a Herrera lo había sucedido el doctor Martín Boneo. El nuevo párroco dedicó sus esfuerzos a edificar una nueva iglesia y en sólo dos meses consiguió entusiasmar a los vecinos, que apoyaron sus propuestas abriendo una suscripción pública en todo el partido.

El juez de paz resolvió destinar los importes de las multas a los contraventores y los feligreses más humildes ofrecieron su trabajo personal, cal, leña, pan, adobes y pequeñas sumas de dinero. Pero poco habría podido hacer Boneo sin la ayuda de los poderosos: no dudó en contactarse con los referentes de las clases acomodadas de la época para recaudar el dinero suficiente para terminar el templo. Nombró como síndicos de la obra a los terratenientes Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego y poco después obtuvo la solidaridad del gobernador Juan Manuel de Rosas, a quien nombró padrino del templo y quien jugaría un papel decisivo para su concreción.

Detrás de Rosas siguió toda la sociedad porteña que rivalizó en distintas donaciones para la nueva iglesia, desde dinero hasta ladrillos, rejas, verjas, puertas de cedro, manteles o alfombras. Entre ellos se encuentran los nombres de Encarnación Ezcurra y su hermana María Josefa, Manuel Vicente Maza, Lucio Mansilla, Angel Pacheco, Juan José Paso, José Rondeau, Gregorio Perdriel, Gervasio Rosas, Juan José de Anchorena y otros.

El ingeniero español Felipe Senillosa (1783-1858), autor de los planos, tomó la dirección de la obra en forma totalmente gratuita. La iglesia tenía un largo de 36 metros por 15 de ancho y una altura de 8. Dos líneas de pilastras, divididas por arcos, separaban el centro de las naves laterales; un baptisterio, dos sacristías, dos torres y un pórtico de seis columnas daban gran belleza al conjunto.

Se inauguró el 11 de diciembre de 1831 con grandes festejos populares que se prolongaron durante toda la semana. Lo consagró el obispo Medrano con la presencia del gobernador Juan Manuel de Rosas y ofreció la primera misa el doctor José María Terrero. Todavía faltaba terminar el pórtico y la segunda torre, que se concluyeron en 1833.

El altar mayor fue realizado con sobras del de la Catedral, valiosas tallas esculpidas por Isidoro Lorea que se adaptaron en forma armónica. En el interior del templo existía un hermoso reloj de pie proveniente de Liverpool, Inglaterra, obsequio de Juan Manuel de Rosas, quien, dicho sea de paso, asistió a la colocación de la piedra fundamental. En el frontispicio del templo podía leerse la siguiente leyenda: “Construido bajo los auspicios del Exmo. Restaurador Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas”, frase que recordaba el notable apoyo recibido y que, curiosamente, no fue retirada después de Caseros sino en 1857 al refaccionarse el edificio.

Mientras las iglesias anteriores se habían erigido en un costado sobre la calle Rivera Indarte, el templo de Senillosa ocupaba un lugar de privilegio en el centro de la manzana frente a la plaza, sobre El Camino Real, mirando al norte.

Con los años se hicieron periódicas refacciones, y en 1858 se colocó un reloj en una de sus torres por cuenta de la Municipalidad, que daba la hora oficial del pueblo.

Último edificio

En abril de 1878 se hizo cargo de la Parroquia el padre Feliciano de Vita, quien encaró la construcción de un nuevo templo para reemplazar el edificado por Senillosa ya que, al aumentar la población con la llegada del ferrocarril, resultaba pequeño y además desentonaba en un ambiente de euforia modernista, donde acaudaladas familias de la ciudad habían construido lujosas casaquintas y cuidados jardines.

El nuevo párroco tenía experiencia en la edificación de templos, ya que se había dedicado a esta tarea en sus dos destinos anteriores. Consiguió el primer aporte con la subasta de algunas fracciones de terreno donadas por la municipalidad local y organizando una gran campaña popular, pero luego los trabajos para la recolección de fondos tuvieron que redoblarse. El momento era ideal, ya que las familias económicamente poderosas sentían la necesidad de hacer obras benéficas y bastó que dos o tres hicieran los primeros aportes para que las demás las imitaran.

La comisión encargada para los trabajos de recolección de fondos estaba compuesta por: Mariano E. Aguirre y Ángela Dorrego de Ortiz Basualdo, presidentes; Carmen Díaz Vélez de Cano, vicepresidente; Teresa R. Freso, tesorera; Enriqueta Terrero, secretaria; Antonio Marcó del Pont, presidente, Feliciano De Vita, cura vicario, presidente honorario; José Luis Amadeo, tesorero; R. Ruiz de los Llanos y Luis O. Basualdo, secretarios.

Tras un llamado a licitación pública de la Municipalidad de Flores para la presentación de planos y presupuestos, los arquitectos italianos Benito Panunzi y Emilio Lombardo se adjudicaron la obra cuya construcción estuvo a cargo de Andrés Simonazzi y Tomás Alegrini.

Así fue como el arzobispo Federico Aneiros pudo colocar la piedra fundamental del nuevo edificio el 4 de mayo de 1879. Dos meses después iniciaron las demoliciones a excepción de una pequeña parte del viejo edificio donde se organizó una pequeña capilla para que los fieles pudieran seguir oyendo misa.

La figura del Papa Francisco irá creciendo con el tiempo

Se proponían erigir un templo con una extensión de 65 metros de largo por 22 de frente. El 18 de febrero de 1883, después de 3 años y 9 meses, la actual Iglesia de San José de Flores con columnas estilo corintias y representaciones de los apóstoles fue inaugurada en medio de una gran celebración. Sus padrinos fueron el gobernador Juan José Dardo Rocha y la señora Felisa Dorrego de Miró. El nuevo edificio costó 4.058.998 pesos moneda corriente.

En 1911 se concedió a la iglesia de Flores todas las indulgencias y privilegios de la Basílica de San Pedro en Roma, a la que fue agregada, y al año siguiente fue elevada a la categoría de Basílica Menor por el papa Pío X. Mientras que en 1916, el 1° de julio, la Basílica fue consagrada al Sagrado Corazón de Jesús.

En 1929 se colocaron las nuevas estatuas y frisos en la fachada principal y en la torre de la iglesia, que fueron bendecidos por el arzobispo José María Bottaro. El 28 de octubre de 1956, la imagen de San José que preside el altar mayor del templo, recibió la coronación pontificia, por especial distinción del papa Pío XII, inaugurándose al mismo tiempo el Camarín de San José y el Bautisterio.

Reformas y presente

Entre los años 1996 y 1997 se realizó una serie de tres pinturas a cargo de artistas ucranianos y una restauración general de la Basílica, que fue declarada Sitio de Interés Cultural en 2006, en su bicentenario. Bajo la coordinación del Padre Gabriel Marronese, entre los años 2014 y 2015 gracias al programa de mecenazgo auspiciado por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se ejecutó la restauración integral del templo en su interior, restaurando tanto las pinturas como el interior de la cúpula central. En el marco de la puesta en valor de los Pasajes Salala y Espejo, en 2016 se realizaron las obras de remodelación del atrio, que fue bendecido por el Monseñor Giobando, y la incorporación de una rampa de acceso para personas con dificultades de motricidad.

La Misa que reunió a una vicepresidenta y a un premio Nobel de la Paz

El 21 de septiembre de 2016 se inauguró el “Espacio Papa Francisco”, ya que la Basílica fue el templo donde un joven Mario Bergoglio decidió su vocación sacerdotal. El artista plástico Pablo Solari pintó dos cuadros recreando dos momentos importantes en la vida de Francisco: uno lo muestra en una procesión frente a la Basílica y el otro en la Plaza San Pedro de Roma. Por otro lado, hace años que funciona en la iglesia un comedor comunitario que provee ropa y alimentos, sobre la calle Ramón L. Falcón.

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