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El silbido de Oscar

Escribe Lucía D´Anna Urteaga, tiene 13 años y vive en el barrio de Flores.

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Escribe Lucía D´Anna Urteaga (*)

Oscar era el nombre de un señor mayor que vivía con su mujer en la Mansión de Flores. Él, como tenía un problema de salud, no podía bajar la escalera de su casa con mucha frecuencia. Entonces se quedaba en la terraza, contemplando las vistas soleadas del verano.

Disfrutaba la manera en que la brisa otoñal sacudía las hojas rojizas de los árboles. Aprovechaba a sentir el aroma de las flores que despertaban en primavera. Allí leía el periódico barrial hasta en los inviernos más fríos.

A las 12 del mediodía, a Oscar le salía un silbidito, el cual ejecutaba involuntariamente. Y ese silbidito comenzó a traer a las palomas de Flores.

– No, no llames a las palomas- decía Mary, su esposa.

– Es que yo no lo pienso, me sale solo el silbidito. Ellas me escuchan y ya saben que pueden venir- respondía él, al amor de su vida.

Oscar se asomaba al balcón de la terraza, las palomas pasaban revoloteando y lo saludaban con cariño.

Un cartel en la calle Gavilán

– Buenos días Oscar, cómo amaneció hoy? Ha dormido sin interrupciones? Qué comida está preparando su señora? – exclamaban las avecillas educadamente, siempre tratando de “usted” a su querido amigo.

– Hola chicas, todo tranquilo. Se les apetece algo rico? – decía Oscar.

Luego de las afirmaciones más alegres de las palomas, él llamaba a Mary y le pedía un pancito. Ella ya estaba acostumbrada a que pasara eso cada mediodía y se lo entregaba entre risas.

El hombre lo cortaba en trocitos, un par se los comía él pero la mayoría las palomas.

– No se peleen, hay pan para todas. Che, vos, eso es de tu hermana.- exclamaba cuando notaba desesperación y robos entre ellas.- Cuál es su próxima parada?- preguntó una vez.

Centenario de La Mansión Popular de Flores

– Ahora nos vamos derecho a la fuente de la plaza Misericordia. Nos queres acompañar?- lo invitaban ansiosas.

– No puedo, es la hora de almorzar. Además, tengo plantas que regar. Adiós palomitas!- se saludaban tirándose besos voladores, esperando el próximo día, para volverse a ver.

Sin embargo, hubo una mañana en la que dejaron de conversar, de hacerse compañía, de comentarse noticias y chismes del barrio. A pesar de ello, las palomas seguían yendo a la que había sido la casa de Oscar. Después de unos meses, Mary les sigue dando el pancito todos los mediodías, como una forma de estar cerca de su marido, que seguramente la observa orgulloso desde el cielo.

(*) Lucía D´Anna Urteaga tiene 13 años y vive en el barrio de Flores.

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