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Movidas solidarias: Flores, el barrio más golpeado por el coronavirus que se organiza para resistir

El barrio de Flores fue noticia por algo positivo: su solidaridad, porque a pesar de todo “Flores resiste”.

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No es novedad que Flores aparezca en los grandes medios de comunicación del país. Años atrás lo hizo por ser el lugar de nacimiento del primer Papa latinoamericano, otras veces por sus siempre numerosos episodios de inseguridad, el reciente verano por cómo golpeó a los vecinos la epidemia del dengue, o en esta cuarentena por ser el barrio con más casos de coronavirus. Sin embargo, esta vez fue noticia por algo más positivo: su solidaridad, porque a pesar de todo “Flores resiste”.

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“Fue el barrio con más casos de dengue este año. Acumuló contagios de coronavirus más que ningún otro. Pero también pudo activar el paracaídas que suele abrirse en las crisis: la solidaridad, una forma de resistir para los vecinos de Flores”, comienza la nota publicada en el diario Clarín, que aclara que el barrio es mucho más denso que la media porteña y la población con dengue también fue superior: de cada cuatro contagios porteños, uno era de Flores. También destaca que sigue estando primero en número de contagios de Covid-19: “Una parte se dio en algunos de sus 44 geriátricos y en el Barrio Padre Ricciardelli, la ex Villa 1-11-14, que además de picos de casos estuvo varios días sin agua y sin protocolo específico”. Y a pesar de que con acciones de rastreo como el operativo DetectAr la curva poco a poco se desaceleró, no es tiempo de aflojar y toma como ejemplo el trabajo del Laboratorio Rapela, que hace 400 hisopados por día. “Quince personas más incorporó al staff, entre bioquímicos, extraccionistas, choferes y administrativos. En sus 46 años como bioquímico, Juan Carlos Rapela (69) nunca vio nada igual”. “Hasta dedicamos un piso entero a tomar muestras a sospechosos de Covid. Y ahora estamos mejorando el sector de Biología Molecular, porque no llegamos a cubrir la demanda”, explicó Rapela. Y recordó que, en tiempos de brotes de dengue, en marzo y abril, hacían unos 100 tests por día.

Pero los efectos de estos virus no son sólo sanitarios: implican cierres de negocios totales o parciales. Los mismos se activan o desactivan según espacio, tiempo, rol -esencial o no- y si dan a la calle o están en una galería. Entre estos últimos está el local que atiende Adrián Gago (41), encargado de una tienda Lacoste en San José de Flores. “Con la crisis económica ya habían bajado las persianas para siempre diez de sus 90 locales en diciembre. Con la pandemia, desaparecieron diez más”, detalla en la nota Karina Niebla. “No es fácil pagar más de 35.000 pesos de alquiler y 18.000 de expensas. La venta online es apenas entre un 8 y un 12% de un mes normal”, estimó Gago. Son tantos los locales vacíos que muchos bajaron de precio. “Hoy se ofrecen en alquiler con descuentos del 15 o 20%. Se trata de salir con una oferta acorde a la situación”, precisó Rodrigo Prol, titular de Prol Propiedades, en Ramón Falcón y Lafuente.

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A diez cuadras de ahí, también todo es persianas bajas. Es que los negocios ubicados en el enorme centro comercial de avenida Avellaneda quedaron en lo que el Gobierno porteño llamó un “eje de alta circulación”.

Sin sus habitués al por mayor y sus visitantes de las provincias, les quedó la opción de la venta online, que no llega ni al 10% de la facturación antigua, según cifras de la Asociación de Comerciantes de la Avenida Avellaneda (Acoma). Su presidente, Emiliano Iglesias (40), contó a ese diario que “un 30% de los comerciantes ya sabe que no va a levantar las persianas nunca más. Son 10.000 personas que se quedan sin trabajo”.

Marcos Ohana (51), dueño de la tienda Kalif en Avellaneda casi Helguera, tradujo la angustia en costos: “Cuesta unos 100.000 dólares entrar a un local, y otros 150.000 o 200.000 pesos alquilarlo. Es gente que invirtió mucho, con estructuras grandes y, en muchos casos, producción propia”.

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Para los comerciantes de más edad, sobre todo los que menos hablan español, la adaptación a la venta virtual es más un muro que un camino. “Los vendedores de edad más avanzada de la colectividad coreana la tienen aún más complicada”, remarcó Iglesias. Incluso si tienen restaurante en lugar de tienda: Sandra Lee (50), de Take Sushi & Deli, contó que “a la gente mayor está costándole llegar al público que pide por delivery. Por eso, aunque muchos se habían abierto al público local, ahora tuvieron que volver a venderle sólo a la comunidad”. La propia Lee reconoció que no le fue fácil adaptar su restaurante de Helguera al 700 para hacerle frente al combo de crisis y cuarentena, con el reto extra de seguir dándole a sus platos su sello autóctono. Lo dijo minutos después de terminar su clase de barista de café, en tiempos en que reinventarse es clave. “Con la fase 1, se nos cayó otra vez toda la venta, porque nos falta la gente que venía a trabajar acá. Tratamos de salir a flote sumando café y creando platos más accesibles. Pero a veces me planteo si estoy haciendo bien, si estoy yendo hacia algún lado o estoy yendo al revés. No hay dirección ni horizonte”, admitió Lee.

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Como destaca el artículo, “de la comunidad coreana, con fuerte presencia en el barrio, vino también parte de los brazos solidarios”. A fines de marzo, la Asociación Civil Coreanos en la Argentina y la Embajada de la República de Corea donaron 5.000 barbijos a las cinco comisarías de Flores y Floresta.

También entregaron alimentos a distintos comedores y a los Bomberos Voluntarios San José de Flores. En mayo aportaron otros 70.000 barbijos al Gobierno de la Ciudad. Y el grupo Corea Se Une fabricó y donó 70.000 barbijos y 15.000 cofias a 21 hospitales y centros de salud, como el Álvarez y el Piñero. Al frente del grupo Corea Se Une está Leonardo Yoo (30), ex vecino de Flores y dueño de Symmetria, una tienda de ropa del barrio cuya estructura adaptó para poder fabricar los barbijos y cofias. Dejó de lado la producción de la nueva temporada, consultó a especialistas y, junto a su amiga Natalia Kim (31) y el equipo de diseño del negocio, creó “el mejor barbijo casero posible”. Una de las telas necesarias, en cuarentena casi inconseguible, fue aportada por Jonathan Kim, que también trabaja en el rubro textil en el barrio. Otros comerciantes coreanos de la zona hicieron donaciones y prestaron sus talleres.

Los otros grandes brazos solidarios salieron del Museo Barrio de Flores, aunque sea la propia institución la que necesite ayuda. Abrió hace un año y medio en una casona de 1929 por la que pagan 100.000 pesos de alquiler, pero por la cuarentena está cerrado hace cuatro meses. Sin ayuda estatal, hoy subsiste con la ayuda de empresas de la zona y de los vecinos que pagan una cuota solidaria o pasan dinero por debajo de la puerta, de forma anónima. “Eso emociona y da fuerzas para seguir. Aunque parezca raro, hoy sentimos a la gente del barrio más comprometida y cerca que nunca”, resaltó Roberto D’Anna (49), a la cabeza del museo y también, hace 21 años, del periódico barrial gratuito Flores de Papel. Otro remo ante la crisis son los cursos online del museo: de italiano, de márketing, de redes sociales, de escritoras argentinas. “Tenemos alumnos del barrio pero también de Formosa, Chaco, Córdoba, Rosario, Uruguay. Incluso algunos argentinos arrancaron en Europa, cuando no podían volver, y siguieron acá”, destacó D’Anna, quien fue fotografiado por Lucía Merle frente a la gran casa tipo Petit Hotel de Ramón Falcón 1893, donde colecciones exclusivas y originales esperan volver a ser exhibidas a los vecinos.

“Las propias dificultades del museo no le hacen perder al fundador las ganas de ayudar, que canalizó consiguiendo alimentos para donar, o coordinando la entrega de máscaras protectoras a hospitales y comedores”, destaca Clarín. Las mismas fueron producidas por la fábrica de juguetes Chikitos reconvertida en cuarentena, y distribuidas entre otras más de diez institucions por el Cuartel de Bomberos Voluntarios San José de Flores, comandado por Javier Páez (48). Es este jefe de bomberos quien se pone al hombro la ayuda en el Bajo Flores, junto al padre Juan Isasmendi, referente clave del Barrio Padre Ricciardelli. “Es difícil encontrar tiempo para hablar con Páez: si no está entregando donaciones, está coordinando una desinfección del barrio con el autobomba, cuidando la distancia social en un comedor o asistiendo a la parroquia Madre del Pueblo, que le da de comer a 4.500 personas cada día”.
“Tareas que, aunque tengan referentes, son colectivas. Las manos vienen de voluntarios de la iglesia, de Cascos Blancos, del Ejército Argentino. De bomberos, enfermeros, médicos, bioquímicos. De comuneros, comerciantes, maestros, vecinos. De anónimos. La resistencia es una red en movimiento que a veces se estira”, dice la cronista Karina Niebla, quien finaliza con una frase que escribió D’Anna en Flores de Papel: “De esta, salimos todos juntos. Ya volveremos a ser seda, suaves y románticos, como nuestro Baldomero”.

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