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El notable Gustavo López Armentía
En un reportaje exclusivo realizado en una mañana de enero con Flores de Papel, Gustavo López Armentía, nos contó detalles de su vida cotidiana como vecino y notable artista plástico.
Indagó en todos los lenguajes que pudo y en cuantas técnicas; recorrió papeles, tintas, litografía, óleo sobre tela, técnicas mixtas, esculturas en cemento, en bronce… “Elijo los lenguajes, los adapto en función de lo que quiero hacer. Por ejemplo, el tejido metálico fue para mí un gran descubrimiento que me sirve cuando necesito hacer algo fuerte”, sostuvo.
López Armentía no concibe el arte desgajado del que contexto social en que se produce.
La obra de este artista forma parte de colecciones públicas y privadas en el Museo Nacional de Bellas Artes; el MAM, de San Pablo; el MAM, de Río de Janeiro; MOLAA, de Los Ángeles; Casa de las Américas, de La Habana; Instituto Domeq, de México e Instituto Andino de Artes Populares, de Quito, entre otros.
Hoy, sostiene un gran taller en la calle Gregorio de Laferrere casi Av. San Pedrito (“La Casa Azul”), en el que están integradas dos viejas casas. En una trabaja y en la otra expone su obra y la abre al barrio. Una de ellas la compró en 2006 y bastante tiempo después de haberse instalado allí se enteró –gracias a un periódico Flores de Papel que le acercó un vecino- de que en esa casa había vivido Juan Domingo Perón con su primera esposa, María Aurelia Tizón.
– ¿Quién es hoy Gustavo López Armentía?
– Es alguien simple y básico. Me muevo artísticamente con lo que siento y con lo que me pasa. El mundo social es fundamental para mí. Podría decir que comencé primero con la política y luego a desarrollarme como artista. Creo que el arte está relacionado con el modo en que vivimos. No existe un arte ajeno a eso, aunque tratan de implementarlo.
– Usted estuvo 15 años exponiendo en Nueva York, ¿para qué le sirvió esta experiencia?
– Me di cuenta de que el arte tiene que ser un camino para que la gente se involucre emocionalmente, se identifique, piense. Y vi el mercado, de cerca.
– Y luego, aparece en Flores…
– Acá me encontré con un barrio fantástico. Yo vivo en Bogotá y Condarco, en el centro de Flores y trabajo muchas horas en el sur. Es un excelente complemento. Yo me revelé y quise ser diferente. Soy uno más que lleva adelante un proyecto. Llevar adelante mi obra y abrir este lugar para compartirlo fue acercar a los vecinos que no conocen las galerías, por ejemplo.
Mi interés fue siempre que la obra tuviera llegada al barrio. Soy un defensor de la periferia, el arte centralizado en Barrio Norte no es lo mío. Sin embargo, comencé ahí. Todos empezamos ahí porque no hay mucha alternativa fuera de ese gran circuito, sobre todo cuando el artista está en sus comienzos. Luego, uno va tomando distancia y va eligiendo su propio camino.
Estamos atrapados en eso, porque el funcionamiento de esas cosas no lo maneja “la popular”. Yo vengo peleando mucho con esto, porque creo que nosotros tenemos que generar nuestros propios espacios, una iniciativa que no siempre encuentra eco. Cuando comencé a armar este espacio mucha gente me decía que era lejos, que le costaba llegar, que tendría que estar en Palermo. Pero, si se tiene constancia y coherencia, de a poco las cosas se van consolidando. Hay que sostener las decisiones aunque uno encuentre resistencia.
– En varias de sus presentaciones y reuniones con vecinos, vemos que su esposa está presente en todos los detalles…
– Mi gran compañera se llama María Montserrat, dedicada por mucho tiempo a la “educación por el arte” y madre de mis hijos Julián y Pablo. Ella tiene un papel importantísimo en mi vida.
Es independiente a mí, pero estuvo al cien por ciento cuando yo no era conocido, en mis comienzos. Hace 50 años que estamos juntos y cuando uno ya es grande (NdR Armentía tiene 73 años), valoramos ciertos detalles como el acompañamiento y estar al tanto de mi obra como el primer día. Eso me emociona. Yo sé cuando una obra le fascina. Y si a ella le fascina, al público le interesa también…
– ¿A qué se debe su compromiso social?
– El arte es transversal porque es política pura en el buen sentido. Es una propuesta estética, razonada y con un contenido humano siempre. Cada uno de nosotros tiene una forma de sentir, y cada artista interpreta ese contenido humano en sus obras. Nadie escapa de la parte social. El ser humano es el eje de la obra. Mi obra es sensible hacia el otro.
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– Se ven grandes temas en su obra…
– Me identifico con el que está “jodido”. El ser humano ha estado siempre en lucha. Y ahí aparecen las víctimas, las guerras, la explotación…la historia es cíclica y los problemas vuelven. Lo tengo en cuenta en mis obras. Influye. Se nota el hombre y sus circunstancias.
– ¿Piensa que el artista es eterno?
– Mis obras son las que quedarán en la memoria de la gente. Están colgadas. Tengo varias de ellas que jamás se venderán y que permanecerán junto a mis herederos.
– Con el tiempo, ¿el artista debe mantener una conducta o puede mutar?
– Yo mantuve una línea de trabajo. Mis seguidores son críticos de la realidad. Todos los días vengo al taller. Dedico muchas horas en mis obras. Y cuando las termino, me libero y comienzo con otra.
Hay un control contra la creatividad. La idea no debe aflojar, debe mantener interés, no debe debilitarse. Debe despertar hallazgos y curiosidad. El corazón de la obra siempre lo tengo en la mano. Ahí está la clave.
– ¿Tapó alguna de sus obras?
– Tenía una obra que ilustraba un libro. Una vez publicada, sale a posteriori en una subasta. Y se muestra la foto de ese libro. Pero yo retoqué esa obra, agregando algunos detalles que enriquecían la misma. Una vez entregada al comprador, le expliqué la situación: la obra del libro no era idéntica a la de él. Era superadora. Lo entendió.
– ¿Alguna vez recompró una obra?
– Nunca.
– Viviendo y trabajando en él, ¿Por qué aún no pintó el barrio de Flores?
– Son esas cosas de la vida. Recién ahora empiezo a identificar algo de Flores que empieza a gustarme para pintar. Quiero incluir a todo Flores en una obra. Recuerden que todo lo que hago, siempre tendrá una historia. Será perpetuo. Y no debo equivocarme.