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El comisario de Flores que allanaba hoteles para cazar infieles
Luis Margaride se había hecho famoso durante la dictadura de Onganía por entrar a los hoteles alojamiento y detener a las parejas que no estaban casadas.
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Escribe Daniel Cecchini
Las pintadas de las paredes de la ciudad de Buenos Aires reclamaban por “una navidad sin presos políticos” y denunciaban los crímenes de las patotas paraestatales de la Triple A cuando el lunes 23 de diciembre de 1974, poco después de las diez de la noche, el comisario general Luis Margaride, jefe de la Policía Federal, salió del edificio del Departamento Central y tomó por la calle Moreno, en dirección al oeste, para volver a su casa del barrio de Flores.
Iba solo al volante del auto, pero estaba lejos de viajar en soledad: lo precedían tres motociclistas y un Ford Falcon con cuatro hombres fuertemente armados y lo seguía un Falcon más con otros cuatro, también con armas largas, de su inseparable custodia. La caravana avanzó por Moreno sin respetar los semáforos, como era habitual, y siguió sin novedad unos mil metros hasta cruzar General Urquiza y pasar frente al edificio de la Escuela Normal Superior “Mariano Acosta”. Eran las diez y cuarto cuando estalló la bomba.
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Hacía menos de seis meses que Juan Domingo Perón había muerto y gobernada su viuda, María Estela Martínez de Perón, “Isabelita”, acompañada por el poderoso y omnipresente ministro de Bienestar Social, José López Rega, conocido también como “El Brujo” por su pasión por la astrología y las prácticas esotéricas. Margaride era jefe de la Federal desde el 1° de noviembre de ese año, cuando un comando de Montoneros hizo volar por los aires la lancha en la que navegaba por el Tigre su amigo y antecesor, Alberto Villar, alias “Tubo” o “Tubito”, y lo mató junto con su esposa.
La bomba que estalló sobre la calle Moreno estaba en una camioneta Ford F-100 blanca estacionada frente a la obra en construcción lindera al colegio y fue activada por control remoto al paso de Margaride y sus custodios. La onda expansiva y partes de la camioneta estallada alcanzó de lleno a los tres motociclistas y también, aunque con menos intensidad, a los autos de la caravana policial. Uno de los Falcon de la custodia recorrió varios metros fuera de control y terminó estrellado contra un poste de luz de la esquina de Moreno y 24 de Noviembre.
De inmediato, según el parte policial, comenzó un tiroteo que duró varios minutos, iniciado por francotiradores apostados en el edificio en construcción frente al cual estaba estacionada la camioneta-bomba. La versión resultó poco creíble, porque difícilmente los supuestos francotiradores se apostarían en un lugar donde quedaban expuestos directamente a la onda expansiva de la bomba. Tampoco se encontraron casquillos ni impactos de bala. Sobre el asfalto quedaron los tres motociclistas de la custodia, uno muerto y los otros dos heridos por el explosivo. Margaride y el resto de sus custodios salieron ilesos del atentado.
Ninguno de los atacantes pudo ser capturado y los únicos detenidos por el atentado fueron los tres serenos del Normal “Mariano Acosta”, a los que llevaron al Departamento Central de Policía para ser interrogados como sospechosos.
Cuando sufrió el atentado del ERP, Luis Margaride tenía 61 años y transitaba su tercer paso por las filas de la Policía Federal, donde desde mucho antes se había labrado una justificada fama como represor político y supuesto campeón de la moralidad y del anticomunismo.
Se hizo famoso con sus razzias y detenciones masivas contra las comunidades LGTB, que lo bautizaron como la “Tía Margarita” por los argumentos supuestamente morales con que justificaba su accionar. También se dedicó a allanar hoteles alojamiento para detener “infieles”. Se calcula que entre 1960 y 1961 ordenó más de 700 operativos de ese tipo y detuvo a miles de parejas por no estar casadas.
En su Pecar como Dios manda: historia sexual de los argentinos, Federico Andahazi lo describe así: “Durante la presidencia de Arturo Frondizi se encumbró uno de los personajes más oscuros, nefastos y patéticos de la historia de los últimos años: el comisario Luis Margaride, una suerte de Savonarola del siglo XX, un cruzado contra la homosexualidad, las ‘depravaciones’ y el adulterio. El comisario Margaride solía encabezar personalmente los allanamientos a numerosos hoteles alojamiento; en estos procedimientos, una comisión policial iba forzando las puertas habitación por habitación, requisando e identificando a los sospechosos que temporariamente ocupaban las camas”.
Detenía a las parejas que no podían demostrar que estaban casadas. No solo las llevaba a la comisaría por cometer supuestas “infracciones” sino que, en el caso de las personas que estaban casadas pero sus acompañantes entre las sábanas del hotel no eran sus “legítimos cónyuges”, llamaba o hacía llamar a sus casas para informar a su marido o mujer dónde y con quién los había detenido. “Margaride se autoproclamaba el guardián de la moral. En una entrevista de abril de 1961, antes de cerrar la nota, el periodista le preguntó al comisario cuándo terminarían esos allanamientos y detenciones en los hoteles alojamiento. Olímpico, Margaride respondió: ‘Nunca’”, cuenta Matías Bauso en el capítulo que le dedica en su libro Argentina Bizarra.
Para el legendario cronista de policiales Gustavo Germán González, la cruzada moral de Margaride tenía razones que iban mucho más allá de lo ideológico para adentrarse en su propia vida privada. En una entrevista que le hizo a mediados de la década de los ‘80, el autor de esta nota le preguntó al viejo periodista de Crítica si sabía por qué el comisario se había obsesionado tanto con las parejas que iban a hoteles alojamiento. Su respuesta fue: “Era su manera de vengarse porque descubrió que su mujer lo había engañado”.
En 1963, cuando el radical Arturo Illia asumió la presidencia de la Nación, Margaride supo de inmediato que no le permitirían continuar con su “cruzada” y pidió el retiro con el grado de comisario de la Policía Federal.
Luis Margaride sobrevivió al atentado del ERP y murió en 2001, a los 88 años, sin que nunca fuera citado siquiera a declarar por los crímenes cometidos por la Triple A. Tampoco se lo recuerda por su accionar en la represión política ilegal; en cambio, la dudosa fama que se ganó a fuerza de allanar hoteles alojamiento sigue indisolublemente asociada a su nombre.
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