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Uno y el barrio

Hoy se suelen considerar los barrios por el poder adquisitivo de sus habitantes y el precio del metro cuadrado de sus propiedades. También por su arquitectura, su proximidad con el centro y diferentes medios de transporte.

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Escribe Juan Terranova

Hoy se suelen considerar los barrios por el poder adquisitivo de sus habitantes y el precio del metro cuadrado de sus propiedades. También por su arquitectura, su proximidad con el centro y diferentes medios de transporte. Cuando quiere comprar una casa o un departamento, el vendedor de la inmobiliaria nunca deja de señalar la cercanía de plazas y espacios verdes.

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La “seguridad” de determinadas zonas también influye de forma decisiva. No es lo mismo, entonces, vivir en un barrio que en otro. Ni siquiera en barrios cercanos o parecidos. Buenos Aires, ciudad grande, mercantil, liberal, con una fuerte identidad propia, tiende a borrar algunas fronteras y disimular las diferencias. Los manejos proselitistas de los políticos de turno también operan sobre esas cuestiones y un candidato puede haber nacido en un lugar y decir representar los intereses de otro. E incluso ganar elecciones y gobernar indistintamente dos distritos diferentes.

Antes, hace algunas décadas, cuando la memoria pueblerina de los barrios era más fuerte y el gesto aspiracional de sus habitantes menos determinante, el orgullo barrial aparecía en los tangos, un rasgo que hoy subsiste en la identidad futbolera, en los clubes de barrio y en algunos bares. También quizás en algunas canciones.

Arte en las estaciones de subte

Los barrios son nuestras aldeas modernas y como tales debemos explicarlos, conocerlos y aprender a sacar provecho de sus virtudes mientras lidiamos con sus defectos. De forma instintiva lo hacemos todo el tiempo: caminamos por algunas calles y evitamos otras, elegimos una plaza o una zona comercial, decidimos viajar en colectivo teniendo el subte o viceversa.
Los barrios importan. Cuando vivimos en un barrio, el barrio también vive en nosotros. Por eso ser ajeno al barrio que se habita es una forma de incertidumbre y dolor.

Las comunidades existen más allá del tiempo y de las geografías, pero siempre en tensión con los mapas. Y los mapas son los que, por lo general, resuelven la mayorías de nuestras dudas más persistentes. Hoy Google Maps y otras aplicaciones hacen que los mapas y nuestro lugar en ellos sean de acceso inmediato. Resulta excusable, entonces, conocer un límite preciso o una frontera dudosa, pero no ignorar una plaza central, una iglesia o un boulevard. ¿Por qué la calle donde vivimos se llama como se llama? ¿Qué historia hay atrás de ese nombre que siempre repetimos?

En tiempos donde todo parece estar más cerca, y a veces esa presencia se diluye como un espejismo, el barrio, en sus calles, edificios y habitantes, se nos ofrece como un desafío material, una aventura del saber y la experiencia, como el libro que, con fidelidad, nos espera siempre en el estante.

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