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Perder el sedentarismo y desafiar el encierro con creatvidad

Nunca estimado señor coronavirus (alias Covid-19). Me dirijo a usted a fin de comunicarle mis vivencias emocionales en el día final de mis catorce días de cuarentena, logradas merced a su atenta gestión.

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Escribe el Dr. Ángel Minotti

Nunca estimado señor coronavirus (alias Covid-19). Me dirijo a usted a fin de comunicarle mis vivencias emocionales en el día final de mis catorce días de cuarentena, logradas merced a su atenta gestión.

Gracias, por comprender que durante catorce días, pudimos con mi querida esposa compartir las 24 horas juntos, atendernos sin reñir, poder (después de mucho tiempo) ayudarla en los quehaceres domésticos y compartir una mesa con la mejor de las “ondas”, sin pensar en comer en quince minutos para irme a dormir para levantarme muy temprano al otro día. Gracias, por revivir la libido de ambos, disminuida por el diario estrés y por los “dolores de cabeza” de mi esposa (postergante de tan gloriosa función), producido por la lucha por la vida diaria.

Gracias, por haberme hecho perder 2 Kgs., ya que tuve que cortar el pasto y arreglar problemas estructurales de mi casa, postergados por falta de tiempo y que me obligaron a recorrer mi hogar de arriba abajo y de adelante a atrás, una y cien veces por día.

Gracias, porque durante 14 días no usé mi automóvil, no inhalé smog, no me peleé con el tránsito, no escuché los bocinazos de los impacientes que le tocan bocina al semáforo para que abra antes, o que me llenan de improperios y gestos (“dedo medio para arriba”), cuando voy conduciendo parsimoniosamente. Gracias, por no sufrir de indignación al ver que primero pasa el automóvil y luego una mujer llevando un cochecito a su bebé o hacer que “frene” el viejito en la senda peatonal para que el automovilista pase primero.

Gracias, por no dejarme salir a la calle y tener yo primero que saludar al vecino ya que si fuera por él, continuaría caminando cabizbajo pensando en vaya uno a saber que preocupación.

Gracias, porque en 14 días no tuve que ir a cargar nafta y erogar $ 3.000 (¡ay qué dolor!) cuando en USA me hubiera costado $ 900.

Gracias, porque pude terminar de escribir un libro, cuestión postergada desde hacía mucho tiempo.
Gracias, porque me permitió ir a mi jardín, a mis plantitas, y arreglar la quintita de tomates, tarea tantas veces postergada por falta de tiempo.

Gracias, porque me hiciste recibir llamadas de amigos a los cuales los creía ya perdidos, y que encerrados en los “conventillos modernos” (edificios de departamentos), buscan una salida espiritual ocasionada por el aislamiento, y ahora y recuerdan a quienes les hicieron un bien e ingratamente me olvidaron.

Gracias, por tener 14 días sin oír las quejas, lamentos y sufrimientos de mis pacientes que diariamente me consultan, y que por mi empatía, llevo sus angustias a mi dulce hogar.

Gracias, porque el no estar 9 horas sentado diariamente en el consultorio, perdí el sedentarismo y mejoró mi salud y contribuyó a la pérdida de los ya mencionados 2 Kgs.

Gracias, porque el habernos restringido económicamente comprendí el valor de las comidas básicas que me recordaron a mi infancia cuando “al volver de la primaria”, la vieja me esperaba con un bife con puré (gracias, Argentina, que nos alimentaste a proteínas de la vaca y no a feijao o arroz).

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Gracias, por permitirme comer cuando tenía hambre, sin ansiedad, solamente por la necesidad de cumplimentar mi metabolismo y no como gratificación para compensar las angustias diarias.

Gracias, por permitirme dormir 9 horas por día y a cualquier horario (siesta rigurosa incluída) y no las 6, que obligado por el trabajo, solamente cubrían mi sueño.

Gracias, por “estar tan desconectado” del exterior, no saber en qué día, hora y fecha vivía.

Gracias, por ver a mis vecinos, solidarios en el cumplimiento del “quédate en casa”, y ver desde la ventana que todos los días eran como un domingo.

Gracias, por poder ver una película completa por TV y no hacerlo en 4, 5 o 6 veces, asistiendo a la misma por sólo 10 o 15 minutos por falta de tiempo.

Gracias, por detenerme el reloj de la vorágine de la selva de cemento y vivir en el limbo, como en el campo, durante 14 días.
En fin, vuelvo a agradecerle por lo expuesto y me despido de usted, señor coronavirus, con cargo de conciencia por mi profunda cristiandad, debido al gran deseo hacia su integridad de que ocurra su deceso lo más rápidamente posible y que jamás vuelva a resucitar como invento del ser humano en pos de la destrucción de Occidente.

Lo saluda con la consideración más distinguida: Q. E.P. D.

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