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La Magia de Lola Frexas en el Museo Barrio de Flores
El Museo recibió como donación de la familia Valerga una acuarela de una de las artistas más grandes de nuestro país; Lola Frexas.
Escribe Nicolás Tatasciore
Cuando hablamos de grandes maestros de la pintura, en general pensamos en artistas que trabajan con el óleo, una técnica ya milenaria. Sin embargo, el mundo del arte es mucho más extenso y los distintos materiales ofrecen una gran variedad de lenguajes expresivos. Si bien en este periódico se ha hecho la reseña de varios cuadros del Museo realizados en óleo sobre lienzo, esta vez el Museo recibió como donación de la familia Valerga una acuarela de una de las artistas más grandes de nuestro país; Lola Frexas.
Dolores Frexas, conocida cariñosamente como “Lola”, nació en Buenos Aires un 23 de Diciembre de 1924. Siendo una pequeña muy curiosa, se la pasaba dibujando lo que sucedía a su alrededor. Ya a temprana edad mostraba un gran talento, el cual llamaría la atención, años más tarde, de figuras como Lino Enea Spilimbergo o Eugenio Daneri. Al crecer, Lola se convenció de que su vida estaba marcada por el arte.
Siendo una alumna destacada, realizó sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes y ya en 1944, con apenas 20 años, obtuvo su primer premio gracias a un croquis del ballet del Teatro Presidente Alvear. No tardó más de cuatro año para convertirse en una expositora regular en el famoso y temido Salón Nacional de Bellas Artes. Lola había logrado hacerse un lugar entre los pintores más renombrados.
Eterna aprendiz, su formación continuó de la mano de artistas consagrados como los ya mencionados Spilimbergo y Daneri, Raúl Mazza, Jorge Larco y Adolfo De Ferraris. Gracias a sus estudios y talento, en 1954 obtuvo una beca del Instituto de Cultura Hispánica y viajó a España, más precisamente a Toledo. En esa ciudad, Lola se enamoró y se volcó a paisajismo, una género en el que se destacó durante toda su vida. Luego de España, la artista recorrió varios países de Europa, los cuales plasmó en sus obras.
Con todo respaldo de conocimientos, una técnica perfeccionada y un estilo más definido, Lola regresó a la Argentina y llevó a cabo acuarelas con lo que podría considerarse como un relevamiento de los diferentes barrios porteños. Al mostrar esquinas y fachadas de edificios notables de cada zona, su pintura se convirtió en un testimonio de la antigua arquitectura que resistía (y algunas lo han hecho hasta el día de hoy) al paso del tiempo y a las nuevas construcciones de un modernismo que avanzaba con una sorprendente velocidad. El Palacio de Correos, el Complejo Hidroeléctrico Nihuil o Los Reyunos son solo algunos de los tantos paisajes que Frexas registró en sus acuarelas.
Entre todos sus trabajos, hay uno en particular que nos compete como vecinos de florenses ya que retrata la icónica estación de tren en sus mejores épocas. “Estación de Flores” es una acuarela sobre papel realizada en 1988 que mide 34 x 17 cm. El pequeño tamaño no representa problema alguno, ya que la obra vibra por si sola gracias a los hermosos colores que la componen.
En una sutil paleta de cálidos, Lola compone una imagen sencilla, dinámica y muy agradable. Vemos una estación llena de pasajeros que se amontonan para subir al tren que está llegando, con sus característicos colores rojo, negro y amarillo. Las siluetas de las personas no son más que manchas, que nuestro ojo enseguida reconoce como “pasajeros”. Lo mismo sucede con las vías y el andén, construidos con simples pinceladas de distintos tonos. Para compensar la presencia de tantos tonos rojizos, Lola agrega delicadamente lo tonos verdes y ocres de los árboles en lo que parece ser una postal otoñal.
Compositivamente hablando, la obra es perfecta. El punto de fuga está en el tren, por lo que todas las líneas (la estación, las vías, el andén) confluyen en él; imposible no encontrar el punto más importante del cuadro. Por otro lado, al haber tanta presencia de diagonales, Lola coloca los árboles, lo que parece ser una torre de electricidad y remarca las columnas de la estación. De esta manera, el cuadro queda perfectamente equilibrado. Sin embargo, fuera del plano estructural, lo que más atrapa de las acuarelas de Frexas es una sensación de liviandad en los objetos y personajes, donde todo parece desvanecerse (o aparecer) en una especie de nebulosa de colores, como si se tratara de un sueño, un recuerdo o una alucinación.
Al colocar la acuarela en las cantidades justas y en algunos sitios más diluida que en otros, la escena cobra una atmósfera etérea que, creo personalmente, busca más instalarse como un recuerdo de una época, una “instantánea” en la historia. Basta con ver, en “Estación de Flores”, la liviandad con la que parece llegar la locomotora o como se fusionan las copas aún frondosas de los árboles con un cielo sin fin.
No es casual que Lola haya sido nombrada como “la mejor acuarelista argentina”. Su arte ha sido ganador de premios de diferentes instituciones: el Sagitario de Oro de UNICEF, el Fondo Nacional de las Artes, Mérito Social de la Organización de las Naciones Unidas, incluso integra el Libro de Oro del Arte Argentino. Aunque Lola no esté más físicamente con nosotros, desde 2011, su obra y legado está esparcido por todo el mundo. Colecciones oficiales y privadas de Argentina, Estados Unidos, Brasil, Portugal, España y tantos otro países poseen obra de esta maravillosa pintora.
En nuestro país, el Ministerio de Economía posee una serie de trabajos que incluye más de diez obras (pinturas, dibujos y láminas). El Museo de Arte de Tigre posee también, varios de sus cuadros. Sin embargo, hoy podemos decir con orgullo que el barrio de Flores posee también “su Lola Frexas”. En el gran salón del Museo descansa ahora, para todos los vecinos, una hermosa postal de nuestra icónica estación realizada por una de las artistas más grandes de nuestro país.