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La Galga que se cayó del Cielo

Lucía D´Anna Urteaga tiene 13 años y vive en el barrio de Flores.

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Escribe Lucía D´Anna Urteaga

Perlita era una galga italiana color gris, que tenía su pancita blanca y su hocico, rosadito. Era muy inquieta, veloz, tenía mucha agilidad y trepaba como un gato cualquier banco, mesa, silla, cornisa… ¡Hasta la parrilla! Ella había sido el mejor regalo de cumpleaños de la vida de Luciérnaga, la niña que había recibido como obsequio a Perli al estrenar sus cuatro años. La galga había viajado en avión desde Bahía Blanca hasta Buenos Aires, mientras disfrutaba un potecito de yogur “Danonino”. Todo era dulzura.

Habían pasado nueve años desde ese momento y hasta el último de sus días en la Tierra, a Perlita la seguían considerando una cachorra, por su pequeño tamaño y actitud tan jovial. Un día de octubre, Luciérnaga y su familia se despidieron de ella, con lágrimas en el alma y pañuelitos por doquier.

Simultáneamente, pero muchos metros más arriba, Perli descubría, con sus ojos color almendra y su olfato perspicaz El Cielo, más celeste que nunca. Podía observar cientos de florenses fallecidos, que cuidaban desde las alturas, a sus parientes y amigos. Y por qué no, a las plantas secas, ahogadas o taladas, que charlaban y compartían anécdotas inolvidables.

– Holaaaa, buen día. Donde quedan las nubes de los perritos?- Preguntó Perli, a un cactus espinoso.
– Tiene que caminar tres cuadras y doblar a la derecha, galga italiana.- respondió con educación.
– Caminar?- se rió ella- Yo corro a 60 km por hora. Nos vemos!- continuó Per y descontroladamente logró cruzar esa distancia como un rayo.

A la perra le habían brotado alitas transparentes sobre la columna vertebral, con el propósito de que levite en su instancia a La Tierra, como a todos los habitantes del Cielo. Ella aprovechaba en las mañanas visitar su hogar, revisar lo que hacía su hermana Morena (una galga de 30 kilos rescatada de las carreras) e intentar que al jardín siempre le pegara el sol, corriendo las nubes que obstaculizaban la luz.

Ya habían pasado nueve días de la instalación de Perlita al Cielo, pero aún así ella no lograba acomodarse. Al ser tan hiperactiva quería jugar y a cada hora armaba revuelos en las nubes, que como eran acolchonadas y suavecitas, parecían un perfecto trampolín para la galga.

Una tarde lluviosa, Perli, que no tenía las alitas activadas, rebotó incorrectamente y ¡Se cayó del Cielo!

– Eso le pasa por andar juguetando- susurraban unos perros. – Debería haber tenido cuidado-decían otros. – ¿Dónde caerá esa galga?- se preguntaban entre sí.

Luciérnaga creía que los días de lluvia eran perfectos para ver películas en la casa de su abuela, pero antes de eso necesitaba salir del colegio. Como las gotas caían fuertes, Lu abrió su paraguas azulado, ya que no quería empaparse. En un momento, sintió que algo sólido había golpeado el paraguas. Y claro, era Perli, que de no ser por su persona favorita hubiera tenido grandes problemas con Dios. La perra se impulsó y logró llegar de vuelta al Cielo, a su nube de Perritos.

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