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Hasta las estrellas

Lucía D Anna Urteaga tiene 14 años y es vecina del barrio de Flores.

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Escribe Lucía D´Anna Urteaga

¿A quién se le ocurriría construir una nave espacial? Solamente a la NASA, pensarán ustedes, mis queridos vecinos y lectores florenses. Requiere cientos de piezas metálicas y toneladas de combustible, me dirán al oído, con mucha razón. Por lo tanto, voy a cambiar mi pregunta ¿A quién se le ocurriría romper el lavarropas de su casa para conocer las estrellas personalmente?

Joanne era su nombre. Sus papás le habían puesto así porque en su primera cita, habían visto la famosísima película de Harry Potter, inspirada en el libro de J. (Joanne) K. Rowling. Lo que más le apasionaba a la niña de 7 años era la astronomía. Con eso, me refiero que pasaba sus tardes leyendo libros gordos que contenían imágenes de los planetas del sistema solar; y que solía navegar en cuentas de Youtube que explicaban el funcionamiento de los astros.

Sin embargo, nada disfrutaba más que contemplar las estrellas desde su terraza, acostada en una lona de playa, junto a su papá. Hasta el día de hoy recuerda la brisa de aquellas noches. Los dedos índices señalando constelaciones y las risas que soltaban cuando encontraban a la luna, que se había ocultado tras las nubecillas.

A sus 10 años, Joanne, que no había perdido el interés de descubrir el universo, pidió un Telescopio como regalo de Navidad. Aun así, el paquete que se encontraba debajo del Arbolito se trataba de una cajita pequeña y rectangular.
¿Ropa interior?– exclamó la muchacha atónita– Gracias…, dijo desilusionada.

“Algo se me tiene que ocurrir”, pensaba cada mañana antes de ir a la colonia de verano. “Debo ser positiva: ¿qué es mejor que ver las estrellas a través de un telescopio?”, se preguntó una vez. “Conocerlas en persona”, se respondió, con un brillo exagerado en los ojos.

Cuando arrancó de vuelta la semana, Joanne comenzó a ejecutar la parte más rebelde de su plan. Con la excusa de ir a buscar su maya fucsia para ponerse en la pileta de la colonia, se acercó al lavadero sin levantar sospechas. Allí, arrojó dentro del lavarropas el monedero abierto de su mamá, con el objetivo de romper el electrodoméstico.

¿Venganza? Ni un poquito. Esa palabra ni siquiera se encuentra en el vocabulario inocente de las niñas y los niños. Lo único que ella esperaba lograr era lo que ocurrió a continuación.

– Gordo, el lavarropas “la quedó”. Sin querer, metí mi monedero en el último lavado y se ve que se rompió, no anda más.- advirtió la madre, sintiendo culpa.

– $1.100.00 está por Mercado Libre. ¿Te parece?– dijo su esposo.- Igual, no te preocupes, éste nos duró como 10 años. Vendemos la cinta de correr y con esa plata nos compramos uno nuevo. Total, la cinta parece perchero últimamente…, rió el hombre.

Joanne escuchó toda la conversación desde el living de su hogar. Todo resultaba como ella había planeado.
A los 5 días, el envío llegó a su destino. Una caja gigante, tan pesada que la arrastraban con un carrito.

El lavarropas era excelente, tenía muchas más funciones y necesitaba menos jabón. Peeeeero, eso era lo que menos le importaba a estas alturas a Joanne, ya que ella necesitaba solo una cosa: la gran caja de cartón en la que venía el electrodoméstico. Con ojitos “kawaii” fue a pedírsela a su papá, quien no tuvo problema. La niña entró perfectamente en ésta y hasta le sobraba espacio para algún acompañante peluche.

En resumen, Joanne había roto a propósito el lavarropas de su casa para que cuando sus papás compraran uno nuevo, ella consiguiera una caja enorme.

¿Y PARA QUÉ QUERÍA LA CAJA? Luego de decorarla con estrellas amarillas de papel, forrarla con cartulina, agregarle brillantina, retazos de goma eva y demás, la jovencita la llevó al jardín de su casa.

La caja ya no era más una caja, sino un cohete espacial. Sobre un almohadón, la conductora se encontraba sentada, mientras sujetaba un volante que ella misma había creado. En unos minutos, Joanne conocería, gracias a su nave, las estrellas a las que tanto anhelaba viajar. Abrochó su casco de astronauta, le dio para adelante a su palanca de cambio de velocidades y cumplió su sueño.

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