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Falleció Enrique Oscar Llenas , uno de los vecinos más queridos de La Mansión de Flores

Nadie puede negar que Flores cuenta con rincones exquisitos, casonas que revelan su pasado señorial, pasajes únicos en Buenos Aires y mucha historia por contar. Hay algunas joyas arquitectónicas que por ser parte de lo cotidiano, para los transeúntes más distraídos, pueden pasar desapercibidas. Sin embargo, guardan un enigma que no deja de ser un imán para los más curiosos.

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Nadie puede negar que Flores cuenta con rincones exquisitos, casonas que revelan su pasado señorial, pasajes únicos en Buenos Aires y mucha historia por contar. Hay algunas joyas arquitectónicas que por ser parte de lo cotidiano, para los transeúntes más distraídos, pueden pasar desapercibidas. Sin embargo, guardan un enigma que no deja de ser un imán para los más curiosos.

Tal es el caso de la Mansión de Flores -que en un principio se llamó Mansión Obispo Abel Basan-, esa edificación ubicada sobre la calle Yerbal, entre Gavilán y Caracas, con sus fondos recostados contra las vías del ferrocarril y que poco deja espiar desde sus rejas a la calle, pero cuyo valor es tan alto que figura entre las Áreas de Protección Histórica y en el listado de Bienes de Interés Arquitectónico para la Ciudad.

Enrique Oscar Llenas llegó a la Mansión en 1943, cuando tenía apenas 5 años. Por ese entonces la Acción Católica ayudaba a las familias numerosas mediante alquileres bajos. Por lo que él, sus ocho hermanos, su mamá, su papá y su abuela, se instalaron en el departamento 55, hasta que tiempo después lograron mudarse a uno más grande. En esos años María Francisca Magnone se encontraba del otro lado del planeta, sufriendo la Segunda Guerra Mundial en su Italia natal.

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Su papá había viajado a la Argentina justo antes de que estalle el conflicto, estando su mujer embarazada, y las trajo a ambas apenas terminó, en el primer barco que llegó al país.

A pesar de haber nacido en distintos hemisferios, sus infancias y adolescencias transcurrieron apenas a cuadras de distancia –ella desde que llegó vivió en Flores, incluso estudió en la escuela Florencio Varela, a solo 200 metros de la casa colectiva- aunque no se conocerían hasta años después, luego de que Mari, a los 16 años, manifestara a su papá su intención de comenzar a trabajar.

Fue en ese momento que éste decidió comprar “La Norma”, una panadería que funcionaba en uno de los tantos negocios de la Mansión, y mudarse allí. A partir de este momento se podría pensar que la historia de cómo y cuándo se conocieron es obvia; veremos que no lo es tanto. Oscar nunca iba a comprar al negocio. La que sí lo frecuentaba era su mamá Margarita, quien desde que la conoció la quiso como nuera, aunque Mari, quien tenía numerosos pretendientes italianos, no estaba interesada.

Estaba todo el día metida en la panadería –donde trabajó 38 años-: “tenía hasta media cuadra de cola para comprar, no cerraba nunca. A los 22 años yo no sabía lo que era un baile”, recuerda de aquellos tiempos. Pero un día de carnaval de 1962 él apareció en el local y todo cambió. “Vino un sábado a comprar, empezó a preguntarme cosas y me invitó a ir a bailar”.

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Desde esa noche que fueron a Vélez Sarsfield no se separaron más. Al tiempo se casaron y hoy, tras más de medio siglo de matrimonio, tienen tres hijas – Silvia, Claudia y Alicia- y varios nietos. Se mudaron de departamento varias veces pero siempre dentro de la Mansión, hasta comprar, el mismo donde Oscar vivió durante su infancia. Y a pesar de que en los últimos años la mayoría de las familias de su generación se fueron yendo, ellos siguen eligiendo ese complejo mágico de Flores que vio nacer y crecer su amor. Hace unos días, Don Oscar se fue físicamente de La Mansión, pero su recuerdo quedará siempre con su amado barrio de Flores.

La Mansión

Este conjunto de departamentos nació para ser una vivienda de carácter social, pero con una propuesta distinta de las que se presentaban en ese momento. Se diferenció la vivienda particular de las áreas comunes, como el acceso y los jardines, proponiendo para el centro de la manzana un espacio de uso colectivo en lugar de los fondos fragmentados de uso privado.

La construcción cuenta con 96 departamentos de 3, 4 y 5 ambientes distribuidos en cinco cuerpos separados por espacios verdes. Al pasar las rejas de ingreso fabricadas en hierro forjado, se accede a los jardines en donde hasta hace no mucho – se descuidaron en los últimos años – se podían apreciar rosales, hortensias, jazmines del cabo, rosas chinas, esterlicias, campanillas variadas, plátanos, gomeros, palmeras y tipas. Pérgolas se recuestan sobre la pared que da a las vías y sus veredas interiores, y patios se asientan en ladrillos que tienen grabados su marca: “El Nacional”. Los senderos son amplios y pavimentados como calles, previstos para la circulación de ambulancias, servicios fúnebres y proveedores, motivo por el cual junto a cada una de las cinco puertas de acceso desde la calle hay un portón.

Detalles entre estéticos y prácticos, como dos pequeñas construcciones de aspecto rural con el techo a cuatro aguas y puertas de hierro para las bombas que llevan el agua de las cisternas a los tanques, y dos más chicas para la basura y las herramientas entre las pérgolas, dan idea del criterio del arquitecto Bereterbide, quien pensó en un lugar higiénico, cómodo y sobrio para una buena calidad de vida. Según la investigadora Alejandra Lagomarsino, el edificio encontró su fuente de inspiración en las viviendas construidas en París alrededor de 1910, que presentaban una estructura de bloques urbanos con distintas combinaciones de amplios patios comunes en su interior.

Sobre Yerbal se construyeron locales para albergar los servicios que requerirían los numerosos habitantes: panadería, carnicería, lechería y almacén. También en la planta baja funcionó un auditorio con un amplio escenario y butacas de madera para uso exclusivo de quienes vivían en el complejo. Este es un dato muy interesante ya que es el único edificio de departamentos de Buenos Aires que contó con una instalación cinematográfica.

Las numerosas escaleras son de mármol de carrara y los balaustres de roble importado, igual que pisos, puertas y ventanas; mientras que las baldosas rojas de cocinas y baños son francesas. Por todo esto, en 1988, la Mansión fue distinguida por el Museo de la Ciudad como “Testimonio Vivo de la Memoria Ciudadana” por “su conservación original y sus materiales irrepetibles”.

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