El colchón de Pedernera

Lucía D´Anna Urteaga tiene 15 años, es vecina del barrio de Flores y escribe en el periódico desde hace varios años.

Compartí esta nota

-No puedo dejar de soñar pesadillas, querido, le dijo una señora a su esposo en cuanto amaneció.
Yo tampoco. ¡La mías son aterradoras!, respondió él.
Es hora de cambiar el colchón. Se ve que éste solo nos trae malos sueños.
No te preocupes, ya mismo lo dejaré junto al contenedor de basura, por si alguien se lo desea llevar.


Entonces, mientras el sol comenzaba a resplandecer en el cielo, el hombre salió a la calle a depositar al culpable de sus pesadillas. Como carecía de manchas, polvo, ácaros y tampoco estaba húmedo o sin forma, no tardó ni veinte minutos en ser llevado por otras personas.
Antonio y Clara, una pareja sin hijos, que se encaminaba al trabajo en su camioneta roja, cuando lo vieron al lado del tacho negro, no dudaron en frenar y agarrarlo.

Antonio, el conductor de la camioneta, frenó como si se tratara de un tesoro oculto. Su novia, lo colocó en el portaequipajes, atándolo con varios nudos para que no se cayera al acelerar la velocidad del vehículo. Así, con un colchón inesperado sobre la camioneta, Antonio siguió manejando por Pedernera, contentísimo de su hallazgo.


Muy cerquita de allí, vivía el protagonista de nuestra historia. Matías, un niño que cada mañana caminaba solo hasta el colegio, debido a que sus padres trabajaban mucho y no lo podían alcanzar hasta la puerta. Él no tenía problema en ir sin compañía, sin embargo, como tampoco estaban sus papás a la noche y no le decían cuándo debía acostarse, solía dormir pocas horas. Ese día, Matías tenía más sueño que de costumbre. Tanto era, que cabeceaba al cruzar la calle.


-Ya no puedo hacer nada al respecto, se lamentaba el niño. Solo puedo bostezar. Y bostezar. Y bostez…, cabeceó otra vez.
De pronto, Matías vio pasar por la misma calle en la que estaba caminando, una camioneta, que sobre el portaequipajes, no llevaba valijas sino un colchón. Por lo tanto, al joven le tentó la idea de dormir un ratito más de camino a la escuela.


Voy a suponer que se dirige hacia la zona del barrio donde queda mi colegio, pensó ingeniosamente.
De ese modo, si logro subirme, no solo evitaré caminar, sino que tendré el descanso que tanto necesito.
Matías corrió hacia la camioneta a toda la velocidad que puede ir un niño de 10 años a las 7:30 de la mañana, con la mochila cargada de libros. Se había tomado muy literal la frase que solía aparecerle en tazas o cuadros de “Persigue tus sueños”. Sin embargo, la camioneta iba bastante deprisa como para alcanzarla a pie. Entonces sólo le quedaba una oportunidad: el semáforo de Pedernera y Directorio, el cual se tiñó de rojo. Antonio clavó los frenos; Clara lo miró indignada. Pero Matías sonrió. Era la primera vez que lo hacía ese día. Trepó desde la rueda de auxilio y logró subirse al techo del automóvil.

También puede interesarte  La Escuela de Varela «Dr. Carlos Vaz Ferreira» celebró 100 años de historia


Entonces relajó su cuerpo en el colchón, mientras acomodaba la mochila, como su nueva almohada.
-Qué lindos los colores que pintan el amanecer. se dijo a sí mismo, boca arriba, intentando mantenerse despierto observando el cielo violáceo y anaranjado. Sin embargo, no pudo soportar el cansancio y a medida que el tránsito se volvía cada vez más pesado y el auto avanzaba con más lentitud, los párpados de Matías cayeron y con ellos, los ronquidos florecieron.


Los barrenderos, por su parte, mientras juntaban la cantidad excesiva de aquenios de plátanos que se dispersaban con el viento, no podían creer lo que estaban presenciando esa mañana. Eran los trabajadores que más temprano se levantaban y siempre observaban el barrio con total naturalidad. Excepto aquel día. Algunos creían loco al niño, otros, que les había entrado aquenios de plátanos en los ojos y por eso veían esa imagen tan fantasiosa. Tampoco los paseadores matutinos de perros entendían con claridad lo que estaba sucediendo. Hasta el momento, aquel era el público de la ocurrencia de Matías, uno que apenas se había quitado las lagañas.


Beep, Beep!, sonaban las bocinas, incluyendo la de la camioneta de Antonio y Clara.
Estaban más que enfurecidos por el tránsito que se daba antes de cruzar la barrera del tren Sarmiento. Les parecía que todos los autos de Flores querían ir por esa calle y además, lo hacían saber por los bocinazos constantes.

En un momento, Matías se despertó y le gritó a los conductores de detrás de él:
-Pero por favor, ¡dejen de hacer tanto alboroto! ¿No se dan cuenta que quiero dormir?, exclamó y siguió roncando.


Fue ahí cuando comenzó a correrse la voz del niño que dormía en el colchón del portaequipajes de una camioneta. Los vecinos que lo habían visto no lo podían creer, pero se lo contaban a medio mundo. Matías fue filmado y su video se hizo público en noticieros y redes sociales. El barrio de Flores estaba inmovilizado con el invento de la criatura de diez años. Algunos leían la noticia mientras desayunaban su café y otros, los niños, lo habían llevado más allá.


Por mi casa ya pasó, comentó una muchachita por un grupo de WhatsApp.- Me asomé al balcón y le tiré una manta, para que no tenga frío durante el camino.
Ay, yo sigo esperando ver el colchón de ese desconocido.- decía uno de los integrantes.
Le voy a tirar un peluche para dormir, escribió otro chico por el chat grupal.

También puede interesarte  La Cambadesa, tradición centenaria en panadería y confitería


Matías, aunque estaba en su quinto sueño, se sentía más calentito y a gusto gracias a la ayuda de esos niños “random” que le tiraban sus objetos de cama. Así, otros jóvenes copiaron la actitud de los primeros y prestaron empatía al Proyecto Colcha-Colchón, donde, entre otras cosas, le reemplazaron la mochila por una almohada de verdad.


Los adultos seguían sorprendidísimos. ¿Ahora sus hijos eran quienes se asomaban al balcón a ser compinches? ¿Cómo podían ponerse de acuerdo más rápido que ellos?
Clara suspiró, atónita al ver que tanta gente los señalaba y grababa. Al igual que su esposo, no estaba al tanto del niño que dormía sobre sus cabezas.


¿Se nos estará cayendo el colchón, amor? ¿Será por eso que los vecinos apuntan con sus dedos índices el techo de nuestra camioneta?
Antonio le pidió que saliera a verificar que todo estuviese en orden. Ella bajó nuevamente de su asiento de copiloto y escuchó muchos gritos. Ya no se debían al tránsito sino a…
¡Hay alguien! Amor, hay alguien durmiendo en el colchón!


¿A qué te referís con “alguien”?
Ese alguien es un niño.
¿Hemos agarrado un colchón en el que había un niño durmiendo? Con razón estaba en la calle y nadie lo había recogido…
¡Nos van a acusar de secuestradores!, se creyó Antonio, lamentando la situación precaria y ahora, inimaginable, del jovencito.


Sin embargo, la mujer no pensaba lo mismo. Ella había visto el uniforme de colegio privado que llevaba puesto, por lo que no lo consideraba un chico indigente. Tampoco creía que los incriminaran por haber raptado al individuo. Al contrario, Clara opinaba que el niño debía ser suyo.


¿No te das cuenta? Es una señal divina. Nos ha caído un nene del cielo. Como no puedo quedar embarazada, nuestro hijo vino por sus propios medios. Por fin seremos padres, amor.
Matías despertó mientras escuchaba las dos hipótesis erróneas. Como le daba lástima desilusionar a la señora, no le explicó el verdadero motivo de su aparición en el colchón. Solo le pidió si podía llevarlo a la puerta del colegio de la mano porque se sentía un poco mareado.


Ningún otro día se volvieron a ver pero Clara lo recuerda como el día en que se sintió madre.

Avatar photo
Lucía D´Anna Urteaga

Vecina de Flores y autora de ficción. Forma parte de la redacción de Flores de Papel desde 2021.
A través de sus cuentos, aporta una mirada joven y creativa a la cultura del barrio, construyendo un espacio de literatura propia desde temprana edad.

Articles: 31