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El Capitán no lleva capa

Es Brasileño, vive en Flores hace casi 30 años y se disfraza de superhéroe para darle una alegría a los niños que más lo necesitan.

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Escribe Felipe Clemente

– Preséntese para quienes no lo conocen.
– Mi nombre es Marcondes y soy vecino de Flores. En mis horas libres y siempre que tengo oportunidad, hago cosplay del Capitán América. Me encanta visitar los hospitales infantiles, para aportar mi grano de arena tanto a los niños como a los mayores también. Asisto a eventos como el Día del Niño o fiestas populares. Vivo en Flores hace 28 años. Llegué al barrio porque mi novia, a quien conocí en Brasil, donde yo nací, vivía y sigue viviendo acá. No me fui más. Soy totalmente de Flores.

– ¿Cómo se introdujo en el mundo del “cosplay”, y cómo lo ancló con sus actos de caridad?
En primer lugar, desde chico fui fanático del Capitán América. Con los años tuve la oportunidad de dar una mano en los hospitales infantiles, asistiendo y además donando cosas como ropa y juguetes, y le empecé a tomar el gusto. Más tarde, surgió la idea de comprar el uniforme y seguir colaborando en los hospitales desde el personaje. Conseguir el uniforme fue muy difícil. Tuve que hacer un pedido a medida que vino desde China, y un conocido lo recibió en Estados Unidos.

Fue un esfuerzo muy grande pero lo hice con la idea de usarlo con este fin así que valió la pena y mejoró las visitas a los hospitales que yo ya realizaba. Elegí al Capitán América porque se relaciona con una parte de mi historia. Cuando era joven, me inscribí en la aeronáutica allá en Brasil y serví un año. Me encariñé del uniforme porque es muy parecido al que usaba. Ponerse el traje del Capitán fue como volver a ser un soldado. Las visitas del Capitán América a los hospitales de los niños comenzaron como algo caritativo, porque son lo que me hace feliz. Cuando me pongo la ropa, el personaje soy yo, y a los chicos les gusta mucho. También hago presencias en eventos como la ComiCon, pero lo que de verdad me gusta es estar con los niños, llevarles una sonrisa.

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– ¿Qué le genera saber que con un acto relativamente simple, se puede dar tanto alivio y alegría?
– Cuando el chico que está ahí convaleciente te ve, se le dilatan las pupilas, les encanta. Eso no tiene precio, es único. Ese placer mutuo es lo que realmente disfruto. Sé que algo le voy a transmitir a ese niño, y ellos por un momento se olvidan de todos sus problemas y se divierten un poco. Es un pequeño gran momento de alegría. El sentimiento de ayudar a los niños es increíble. Uno sale del trabajo, cansado y cuando llego al hospital, me cambio y entro a donde están los chicos, todo eso queda atrás, todo se transforma. Ahí incorporo el personaje y a ellos les encanta verme. Es un mundo de fantasía en el que todo es feliz y puedo conectar con los pacientes. Es algo imborrable para ellos.

– ¿De qué manera afectó la pandemia a sus visitas?
– Con la pandemia se detuvieron las visitas, pero sigo buscando y pidiendo donaciones de ropa y juguetes, además de comprar y juntar por mí mismo. La idea es ir juntando, y el Día del Niño poder llevarle a los chicos todos esos regalos. Si bien la pandemia interrumpió lo presencial, sigo intentando hacer mi aporte, sigo comprometido. El día que me permitan entrar en los hospitales, allí estaré.

– ¿Alguna vez salió a caminar por Flores con el disfraz?
– En Flores visité el patio de los lecheros y llevé caramelos y chupetines para los chicos. Aunque había adultos, también había muchos chicos que se alegraron y me seguían a todos lados. Ese día regalé como dos kilos de caramelos! Alguna vez he salido a pasear por el barrio con el disfraz puesto. La gente lo toma como una escena de ficción introducida en la realidad. Aunque la persona sea adulta, vienen a saludarme y se sacan fotos, les gusta. Es como si les saliera el niño de adentro. Además, es como un unificador, porque sea la persona que sea, rica o pobre, el brillo en los ojos y el asombro de ver al Capitán América paseando por la calle es igual para todos, y pasan a saludarte.

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– ¿Aparte de la faceta caritativa, el cosplay se ha transformado en un pasatiempo?
– Sí. Aparte del aspecto caritativo del cosplay, se convirtió en hobby. Cuando hay ComiCon, dos veces por año, no falto a ninguna. En 2018 gané el premio a mejor disfraz de Capitán América de la convención. Incluso salí en la tapa de la página de la ComiCon.

– ¿Alguna reflexión final?
– Sobre todo en una ciudad como esta y en un momento mundial tan raro como este, ver un segundo de algo que te distraiga y te alegre, sirve. Solo con un momento de esos, todo vale la pena. Cuando llegás a casa y te sacás la ropa que pesa dos kilos, transpirada y sucia, ves que esos pocos segundos de alegría valieron totalmente la pena. El disfraz hay que lavarlo, pero el alma queda lavada.

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