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El barrio azul, las sirenas y el tesoro
Lucía D´Anna es vecina de Flores. Tiene 11 años y es fundadora en el Museo Barrio de Flores de la Biblioteca Alfonsina Storni, junto a su prima Alma.
Escribe Lucía D´Anna (*)
En el Barrio Azul, en las profundidades del océano, vivía un grupo de sirenas y tritones. Convivieron en paz y armonía con los animales acuáticos. Una de las sirenas se llamaba Acqueila, tenía 11 años. Le gustaba descubrir secretos, misterios y verdades que habían ocurrido mucho antes de su nacimiento. Aparte de inquieta y activa, ella era muy culta y decía que, había que conocer el pasado para investigar en el presente y descubrir en el futuro.
A ella le gustaba jugar mucho con sus primos. Sus nombres eran: Delfina y Tiburino.
Delfina tenía 10 años. Amaba jugar con animales, sobre todo con los delfines. Corría carreras de acuatismo (o sea atletismo para las sirenas/tritones ) y tenía muñecas hechas con rocas que estaban pintadas con jugo de frutos y sus pelos eran de algas.
Por otro lado, a Tiburino le fascinaba dibujar personajes antiguos importantes, como por ejemplo reyes tritones y princesas sirenas. También le gustaba jugar videojuegos acuáticos como “atrapa el pez” o “surfea por las olas”.
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Los primos estaban muy felices porque habían comenzado las vacaciones de invierno. Entonces a Delfina se le ocurrió ir a jugar una Mancha Pulpo, ya que era obvio que ninguno tenía tareas ni trabajos prácticos para hacer. La Mancha Pulpo era más divertida en el océano que en la tierra ya que había un pulpo de verdad en la línea y este, nunca se negaba a jugar. Demás está decir que era mucho más difícil cruzar la línea ya que el pulpo juega con los 8 tentáculos y los humanos solo con 2 brazos. Aún así a todos les gustaba esta mancha tan original.
Un rato después, el pulpo les comentó que debía irse a preparar la comida a sus hijitos pulpitos. Los chicos lo despidieron y acordaron que otro día seguirán jugando. De pronto Delfina notó que había una carta encima de una roca, entonces se la pasó a Acqueila para que la leyera en voz alta. La carta decía así:
Hola, soy Lloviznali. Tengo un problema, me robaron el tesoro de mi familia y estoy mayor para buscarlo. Mis hijos y mis nietos están de viaje, por lo tanto necesito un grupo de aventureros para conseguirlo. ¿Puedes ayudarme? Si no es así, pasa el papel. Para más información buscame en la calle Pez Espada, en la puerta número 15. ¡Muchas gracias!
Acqueila dijo, con seguridad, que ella estaba dispuesta a recuperar el tesoro porque debían ayudar al necesitado, porque esa misión podría prepararlos para el futuro y porque había que salir a conocer el mundo. Con esas palabras tan hermosas y tan necesitadas en ese momento, Delfina quiso acompañar a su prima a la aventura. Quien no estaba muy convencido era Tiburino.
El prefería quedarse en su casa, jugando videojuegos y durmiendo hasta tarde. Y aunque las chicas insistían en que las acompañase, él ni ganas tenía de ayudar a una persona desconocida. Entonces Delfina le avisó, decepcionada, a Tiburino que irían solas y que él se lo perdería. Acqueila le confirmó a su primita que buscarían mañana cuando el sol se asome el tesoro perdido.
A la mañana siguiente las chicas revolvieron todo el Barrio Azul para encontrar lo pedido. Movieron piedras, entraron en cuevas y les preguntaron a los peces pero no estaba en ningún lado ni nadie sabía dónde lo podía estar. Delfina iba nadando de un lugar a otro, para no perder el entrenamiento, hasta que se tropezó con un pez y encontró un cofre dorado. Llamó a Acqueila y entre las dos lo cargaron.
En ese momento llegó Tiburino para ayudarlas pero ellas lo rechazaron. Le contaron que ya casi terminan la aventura y le dijeron enojadas que no las ayudó en el momento más importante, o sea en la búsqueda del tesoro. En ese momento, el tritón se apenó y se disculpó con las chicas. También les dijo que él podría guiarlas hasta la calle donde vivía la anciana sirena. Ellas aceptaron gentilmente la propuesta.
Ya estaban en camino hacia la casa de Lloviznali con el tesoro en manos de Tiburino. Las chicas, sobre todo, estaban muy entusiasmadas porque su objetivo estaba por hacerse realidad. Cuando llegaron a la casa tocaron la puerta y escucharon una voz que los invita a pasar. Con un poco de miedo pero felicidad al mismo tiempo abrieron la puerta y observaron la vivienda de la señora. Ella, al ver que tenían el tesoro correcto, se alegró mucho y propuso que lo abrieran todos juntos. Las primas se miraron y asintieron con la cabeza.
Lloviznali comenzó a abrir la tapa y poco a poco le vinieron muchos recuerdos a la memoria. Todavía los chicos no observaban el interior, pero suponían que tenía oro, joyas, piedras preciosas y rubíes rojos, como cangrejos. Sus caras se transformaron cuando vieron realmente lo que escondía el cofre. Estaba lleno de postales, medallas, afiches, libros, fotos, planos y mapas. La señora, al ver que los niños no entendían la situación, explicó que todo ese material era del barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires, en la Argentina, en América latina. Pero lo principal fue que era de Flores. Y de este modo, ella comparó el oro con ese barrio. Con Flores.
Luego les agradeció y les contó que sus abuelos eran humanos y eran florenses y que habían vivido en el siglo XVIII. Los chicos se fueron satisfechos por la única aventura vivida.
(*) Lucía D´Anna es vecina de Flores. Tiene 11 años y es fundadora en el Museo Barrio de Flores de la Biblioteca Alfonsina Storni, junto a su prima Alma.