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Cierra luego de 50 años la florería “La Reina de Flores”
Por Santiago Nuñez
Unos cajones de plástico sostienen tres macetas con flores y tres plantas verdes, que parecen algo muy pequeño al lado de los enormes árboles de la calle Yerbal. Están frente a un local un tanto añejo, que tiene, por último mes, un cartel que dice: “se alquila”. Las paredes muestran sus años con algunas roturas, pero sobre todo cuando exhiben fotos del barrio de Flores del siglo pasado y el anterior.
Suena de fondo una radio de Córdoba que habla acerca de cómo subió el dólar. Se posa del lado izquierdo del local la mercadería de venta, bien separada una unidad de la otra. Las margaritas, gerberas, rosas, y demás flores se mantienen de pie en botellas de plástico pintadas, pero con el mismo color e igual belleza que a fines de la década del sesenta.
En efecto, la florería “La Reina de Flores”, de Yerbal y Artigas, cierra sus puertas luego de 59 años. “Podemos estar acá toda la tarde charlando en la vereda, y nadie nos va a venir a interrumpir para comprar”, dice Mauro Antonio, su dueño, intentando graficar la caída del consumo, fruto de los problemas económicos que tiene el país.
Una flor deshojada
“Yo antes venía al local de 6 de la mañana hasta las 10 de la noche, ahora solamente de 10 a 18. Se redujeron las ventas 6 horas por día, por lo menos”, afirma Antonio. El negocio no pudo escapar a una realidad cruda: más de 100% de devaluación y un índice de inflación cercano al 50% en el último año. La caída del poder adquisitivo y del consumo terminó de enterrar un camino que empezó por los ´60.
Antonio sabe, sin embargo, que esto no fue de un día para el otro: “En los años noventa la gente empezó a dejar de mandar flores a los velatorios, y eso era un 60% de lo que se producía”. No obstante, afirma en los últimos años el problema se profundizó: “El 2001 no lo sentí mucho en términos comerciales. Si hablás con los comerciantes la gran mayoría va a coincidir en que esta es la mayor crisis de los años sesenta hasta esta parte”.
Mientras dice que dio batalla “con las armas que tenía”, Antonio se siente dolido. “Pensé que si era trabajador el país no me podía fallar, pero me falló”.
Cuando todo era color de rosa
“Para qué me pedís una foto del local, si está igual desde hace más de 50 años”, afirma Antonio. Dentro de su imaginación y sus recuerdos, el barrio es otro. Más de medio siglo en un mismo lugar, toda una época. Añora, en ese punto, el Flores de antes. “El negocio más lindo que había estaba en esa esquina”, dice, mientras recuerda los huevos de pascua que compraba para su familia. “Allá”, señala el lugar en el que solía estar el Restaurante Pueyrredón, “se comía el mejor bife de chorizo de la capital”. Y luego de pensar, termina: “También unas buenas ranas”. Mauro Antonio, en cada mirada, recuerda otra época. Rememora los desayunos de leche con vainillas de “La Martona” y los billares de la “Navarrita”.
Sus inicios en la esquina de Yerbal y Artigas son recordados con precisión: “El 1ro de abril de 1960, empezamos a vender acá flores con mi papá y mi mamá. A mi viejo se le ocurrió la esquina. Resulta que había un puesto antes y entonces mucha gente seguía yendo cuando bajaba del tren”.
Desde 1968, pasaron del puesto en la calle al local actual. Ese mismo año pusieron el cartel que hoy sigue arriba de la vidriera. Abajo del tradicional “la Reina de Flores” en un formato que hace acordar a los antiguos cines, tiene la insignia “servicio permanente”, con una “a” borrada. “Antes, a veces, atendíamos todo el día, inclusive la noche”.
“Se ganaba bien”, recuerda, “era la época del ´atiéndame a mí´ y donde la cola llegaba hasta la esquina”. En los días de la madre o de la Primavera, las ventas eran sustanciosas: “No dormíamos durante dos días y no nos alcanzaba el tiempo para contra la plata”. Tiempos en donde todo era color de rosas.
Cortar de raíz
“Antes cumplía años un comerciante y nos juntábamos todos, ahora no sabemos ni el nombre de la otra persona”, comenta Antonio. Él compara su propia crisis comercial, con la decadencia de las calles en las que se encuentra. “No todo Flores está así”, explica y agrega: “Yo sólo hablo de esta zona”, haciendo alusión a los lugares cercanos a la esquina en cuestión.
“La Plaza no tiene aroma”, dice casi al pasar. “Acá estaba lleno de negocios y ahora hay abiertos tres locales”, exagera, pero se entiende su preocupación. Antonio se enoja por las vallas de madera tiradas en el piso hace 15 días, que nadie levantó jamás. Se ríe, porque el humor también sirve, de su situación personal. “Antes tenía un Rastrojero, luego una Estanciera, después un Rural Falcón”, explica para ilustrar como se movía en la Ciudad. ¿Y ahora? “Solamente tengo mi SUBE”.
Un beso y una Flor
Lo más difícil, seguramente, será el día después. Pero Antonio sabe, casi por inercia, lo que va a suceder. “El viernes (1ro de marzo, primer día sin el local) voy a venir acá igual. Casi que el colectivo me viene a buscar a mi casa a esta altura”, comenta, nostálgico. “Me voy a fijar si la gente del lugar que todavía conozco tiene algún mandado para hacer”. Quizás Antonio lo encuentre. También seguramente va a ver el local al que va hasta este febrero casi todos los días de los últimos 50 años. Posiblemente le dé un beso a la gente del barrio que lo reconozca. Pero no quedará ya ninguna flor por vender.