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La amistad con Troilo y más recuerdos del gran José Colángelo
Todos los días, se lo ve pasear con su perrito blanco por Flores como uno más, pero en realidad Don “Pepe” Colángelo es un decano sabio del tango, una leyenda viva por las calles de San José de Flores.
Hace unos días, fue el gran protagonista en la edición del Festival y Mundial de Tango de Buenos Aires, con una actuación memorable en el Teatro Alvear, junto a su esposa, la adorable Gabriela Rey. “Mi viejo fue la primera persona con la que toqué tango. Y fue algo muy importante en mi vida. Lo perdí muy rápido. Yo tenía 20 años y el 50. Pero todavía me queda. Me sigue ayudando”.
No lo pudo ver tocar con [Julio] Sosa. Pero sí vio cuando empezó en la radio, a tal punto que durante un mes entero lo hizo ensayar con un bandoneonista. “Yo vivía en las radios, era una cosa impresionante. Una de las peores cosas que nos pudo pasar a los artistas, sobre todo a los tangueros, es haber perdido la radio en vivo”. Tuvo la suerte de hacer el último disco de Jorgito Falcón y de grabar con otro vecino de Flores, Floreal Ruiz.
Pero su consagración fue a los 27, cuando tuvo la suerte de tocar con Pichuco [Aníbal Troilo]. “Tocar con él era decir: Ya está. Ya sos. Y eso nadie te lo puede quitar. En 1966, [Osvaldo] Berlingieri, que tocaba fenómeno y estuvo en la orquesta de Troilo durante 11 años, un día me llamó para que fuera de cambio [en la jerga tanguera significa reemplazo por una o varias actuaciones]. Tano, me tenés que hacer unos cambios con el Gordo”, me dijo. “Me pasó toda la música, tocamos en un programa de radio, luego hicimos una actuación y listo. El Gordo me dijo gracias pibe, me dio un abrazo y chau. Me fui. Dos años después, [Ernesto] Baffa y Berlingieri se fueron de la orquesta y el Gordo dijo: No busquemos bandoneón porque lo toco yo. Y para el piano vayan a buscarme a ese pibe que vino de cambio hace dos años”.
Y lo encontraron rápido. Porque a la noche se encuentran a todos los ángeles. “Yo estaba trabajando en un piringundín con Ciriaco Ortiz, Ubaldo De Lío, Ricardo Ruiz y Andrés Falgás. Habíamos terminado un show y vino un tipo que me dijo: “¿Usted es Colángelo?“. ”Sí“, le respondí. “¿Quiere empezar con Troilo?”. Ciriaco -que estaba escuchando- dejó el bandoneón, se rascó la cabeza y me dijo: “Decile a tu mujer que compre una olla nueva porque ahora vas a comer todos los días”. Y así empecé con Pichuco.
Pero empezó mal. “En la noche que empezaba a tocar llegué con mi smoking y los bolsillos llenos de miedo. El Gordo estaba en la puerta. Me ve y dice: ¿Cómo le va? Venga, deme un abrazo y una moneda. Y yo le voy a regalar un pañuelo de hilo, suizo, y eso va a significar una amistad para nosotros, para toda la vida”. ¡Miércoles! me desarmó con eso que me dijo. “Maestro, ¿dónde están las partituras?“, le pregunté. “Vaya arriba, al camarín, los muchachos le van a decir”. Cuando fui no había nada. No había carpeta para el piano. El contrabajista me pasó las del bajo y me dijo: “Con esto vas a poder hacer la mano izquierda y con la derecha arreglate como puedas”. Esa noche, al final se acercó una pareja de bailarines y me dijo que preferían al anterior pianista. Yo les dije que también, que prefería al que había estado once años tocando con Troilo. Me fui a ver al Gordo llorando”. Troilo lo invitó a tomar un whisky…“¿Por qué cree que lo yo lo llamé? ¿Por qué cree que está conmigo?” Y me convenció”.



