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Luz roja
Lucía D´Anna Urteaga tiene 15 años y es vecina del barrio de Flores.

Escribe Lucía D´Anna Urteaga
¿De qué me serviría llegar en una limusina tan lujosa con chofer si lo iba a hacer cuarenta minutos después de lo acordado? Cuarenta y dos. Esa noche había demasiado tránsito. Si nos seguíamos comiendo una cantidad exagerada de luces rojas en los semáforos, Mora no me esperaría en aquel restaurante de Flores ni aunque le pagaran.
Mi chofer aceleró la velocidad, seguramente como respuesta al escuchar mis resoplidos de impaciencia. Sentí que estaba conduciendo a 70 km por hora. Sin embargo, tuvo que clavar los frenos cuando nuevamente, otro semáforo se tornó rojizo. Éste se me hizo eterno, por lo que me puse a reflexionar sobre cómo esperaba que fuese mi primera cita con ella. Mora, la chica que me gustaba hacía ya varios meses pero que recién aquella semana le había dicho de salir conmigo. Elegiríamos una mesa apartada, con una vela en su centro. Charlaríamos sobre ambos y sobre las familias de cada uno, pero cuando ya no alcanzaran las palabras para conocernos, nos daríamos nuestro primer beso.
El más romántico de todos, que sería interrumpido por el mozo para servirnos más vino. Me imaginé estar cenando pastas con una salsa tan roja como el color de sus labios. Pero no. Había perdido mi oportunidad. Lo único rojo que tenía a mi alcance no era más que la luz del semáforo.
Si Mora se dignaba a esperar a un hombre tan impuntual como yo, le preguntaría si me dejaría ser su novio. En ese momento, pensé una comparación entendible para alguien que se encuentra atrapado en un semáforo larguísimo: que las luces del mismo eran el sí o no que ella me respondería finalizada la cita. Imaginaba la luz verde como una vida compartida. Podía visualizar un noviazgo lleno de viajes por el mundo y un matrimonio feliz y con hijos sanos.
No obstante, cuando le prestaba atención a la luz superior de este artefacto de la esquina, es decir, el rojo y a su vez, el “no” de su parte, no me imaginaba otra cosa que la soledad. Porque sentía que solo con ella podría avanzar. Porque pensaba que Mora era mi luz verde.
