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Romper
Lucía D´Anna Urteaga tiene 15 años y es vecina del barrio de Flores.
Escribe Lucía D´Anna Urteaga
-Lo que menos quería hacer era romper nuestra relación, me hubiera gustado decirle cuando todavía tenía tiempo de hacerlo. Esa relación tan hermosa que tenía, con Maia, el amor de mi vida, o en otras palabras, Maia, la idiota de mi ex novia.
Esa tarde de abril, ella me había invitado a su casa de la calle Aranguren, bueno, la casa de sus padres y me había pedido que la ayudara a limpiar la vajilla japonesa de su abuela. Pensar en la palabra japonesa me recuerda sus bellos ojitos negros que eran la mitad de grandes que los míos, occidentales. Entonces, nos pusimos a sacudir el polvo de aquellos platos y tazas blancas con dibujos de florecitas en silencio. Demasiado silencio. Tenía que romper aquel hielo que hacía incómoda y fría la habitación. Lo hice. Rompí el silencio. Y a su vez, rompí la relación.
-¿Qué te pasa?-le dije. Quizás grité. Quería que me escuchara, pero tampoco de esa manera.
-Estoy harta. Me tenés harta. ¿No sabés lo que me pasa?- respondió Maia con angustia.
Y así, luego de una larga discusión sin sentido, cortamos. Cortamos el vínculo. Cortamos el hilo rojo que nos unía. Esa noche no me pude dormir. Se me cruzaban por la cabeza mejores argumentos que le podría haber dicho para tranquilizarla y para tranquilizarme en ese momento a mí también. Pero no. La oscuridad había llegado y no estábamos juntos.
Salí a la calle lleno de ira, corrí como un loco hasta su casa y abrí la puerta. Aún tenía las llaves. Sin embargo, no me acosté a dormir con ella para hacer las paces. Me aproximé al estante donde habíamos guardado horas antes la vajilla japonesa y sin compasión, la rompí al tirarla contra el suelo. Como si así pudiera romper también los feos recuerdos de esa misma tarde.
