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Mary Dany, la artista de Flores que impacta con sus rostros en mosaico

“Cada obra es una conexión, es como que hay un diálogo entre la imagen y yo. No es algo que está fuera de mí, somos uno en ese momento porque yo pongo el corazón ahí”. Con esa pasión describe María del Carmen Dany, conocida como Mary Dany, su arte.

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Escribe Natalia Rivarola

“Cada obra es una conexión, es como que hay un diálogo entre la imagen y yo. No es algo que está fuera de mí, somos uno en ese momento porque yo pongo el corazón ahí”. Con esa pasión describe María del Carmen Dany, conocida como Mary Dany, su arte. Una pasión que se nota en los detalles de sus trabajos, esos cuadros y grandes murales de rostros en mosaico cuyas miradas parecen tener vida y que tantos placeres, acompañados del reconocimiento del público y del ambiente artístico con numerosas exposiciones, le dan día a día a la vecina de Flores.

El mosaiquismo llegó a su vida hace tan solo tres años, pero su amor por el arte muchísimo antes. “Recuerdo que a los cinco me regalaron una cajita de 12 lápices de colores y le hacía a la maestra el Cabildo cuadriculado porque quería usarlos todos. A mí me gustaba pintar, cuando fui creciendo empezó el tema del dibujo. Siempre supe que quería seguir algo de arte”, comienza contando la profesora de pintura y de grabado que hace 27 años da clases en tres colegios, incluido el Luján Porteño en el límite del barrio.

“Hice el secundario hasta tercer año y por problemas económicos dejé y empecé a trabajar. Mi primer empleo fue decoradora de cerámicas a los 16 años. Nunca había decorado una en mi vida, fui al taller, me mostraron lo que tenía que hacer que era la decoración de caritas de porcelana y me tomaron una prueba. Yo tenía una habilidad con el pincel que te hacia unos ojitos hermosos. Me contrataron enseguida”, relata sobre su primer trabajo que, por curiosidades del destino, estaba relacionado con los rostros.

Ya en esa época había practicado bastante en incorporarlos con tinta china y carbonilla sin haber aprendido. Se dio cuenta que era lo que le gustaba y que necesitaba terminar el secundario para entrar en Bellas Artes. “Entonces di libre los años que me faltaban. Trabajaba en dos lugares al mismo tiempo que daba las materias y después ingresé en la Escuela Prilidiano Pueyrredón”.

Desde entonces se dedicó a la docencia de manera ininterrumpida, y aunque confiesa que puede agotar, le encanta trabajar con los chicos ya que aprende mucho de ellos.
Sin embargo, el dar clases no le impidió desarrollar sus obras. Aunque hubo épocas que tenía menos tiempo, como cuando su hijo (16) era más chico, siempre trabajó “en lo suyo”. Hasta incursionó en diseño de ropa, ya que el arte fue apareciendo a lo largo de su vida en distintas ramas. Y así, casi de casualidad, llegó un día el mosaiquismo. “Venían las vacaciones de invierno y una amiga con la que estudié me propuso hacer un taller donde decoraban espejos. Era un seminario de un día. En un par de horas yo ya tenía hecho el trabajo, porque tenía la habilidad manual. Fui la primera en terminarlo”, cuenta con brillo en los ojos.

Conocer la técnica le fascinó y enseguida Mary, quien tenía la habilidad de poder cortar el vidrio, comenzó a interiorizarse a través de internet, con grupos de mosaico en Facebook. Allí descubrió que se podían hacer infinidad de cosas, no solamente algo decorativo. “Cuando vi trabajos de Europa de personas, sola me puse a hacer mi primer rostro, un Cristo todo en cerámicas”. Y así comenzó su pasión que la llevaría a exponer en numerosos espacios, como las Galerías de Abasto, Juana de Arte, el Centro Cívico de Bariloche, la Casa de Galicia, la Casa de San Luis, la Bolsa de Comercio y distintos centros culturales, y convertirse en muy poco tiempo en una referente en este tipo de arte.

Pero sus obras no se lucen solo en espacios culturales. Mary, que también es catequista, realizó murales en distintas iglesias, como en la Basílica de Santa Rosa de Lima, donde, entre otros, hizo uno de ocho metros cuadrados de la historia de la Virgen de Luján y el Negro Manuel, todo en venecitas, vidrio y azulejo. “Me encanta la experiencia de los murales. Hago el boceto, lo divido y hago el dibujo en grande. Después voy trabajando por sectores y lo voy uniendo. Yo lo tengo todo en mi cabeza. Para mi es fácil. Cuanto más complicado mejor porque es un desafío”, cuenta sobre esas experiencias, a la vez que manifiesta la alegría inmensa que le da ver “la emoción de la gente cuando ven los trabajos”. “La verdad que no me molesta desprenderme de la imagen. Al contrario, yo necesito que eso salga. No me sirve apropiarme de mi arte, quiero que lo disfruten otras personas”, continúa la docente que también posee uno de sus cuadros – el retrato del Papa Francisco – en el Vaticano.


Con una velocidad sorprendente, la artista nacida en Flores solo tarda entre dos o tres días en realizar una obra – excepto los murales, que por una cuestión de tamaño le llevan una o dos semanas -. “Pasa que tengo seguridad, no estoy dando vueltas. Hice a Mariano Mores en 50cm por 70cm en un día porque lo tenía que presentar para una exposición en el Patio de los Carruajes del Teatro Colón”, dice, y agrega: “Lo disfruto. Cuando estoy conectada con algo quiero terminarlo, capaz es de madrugada y yo estoy trabajando. No puedo dejar la obra por la mitad. Es más, no hago dos cosas a la vez, no puedo estar repartida. Porque cada una es única”.

Eso demuestra el sentimiento que le pone a sus trabajos. El mismo que, junto con la fe, la ayudó a sobrellevar un momento muy difícil en su vida: “Ahora estoy de licencia desde mitad de año. Tuve cáncer. Pero la depresión no existe en mí. El arte y la espiritualidad sanan, además de la gente que me apoyó”, cuenta con una gran sonrisa. “Muchos me pedían cosas obras en esa época y me hacía muy bien hacerlas. El mural de Santa Rosa se inauguró el 30 de agosto y yo me operé el 5 de septiembre, pero mi cabeza estaba en algo hermoso. Además con la licencia tuve mucho más tiempo para dedicarme al arte. De lo malo saqué lo bueno. Nunca dije por qué me está pasando esto, sino para qué”.
Tras una reciente pero muy próspera carrera en esta técnica, la vecina de la calle Azul, que busca el hiperrealismo en sus obras con miradas que impactan, tendrá en febrero su primera exposición en solitario en el CGP de Boedo. Un camino brillante que recién empieza para la mosaiquista de Flores.

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