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Los paseos del sonámbulo por la noche rota de Flores

Por Rivadavia hay de a tramos luces chillonas, hechas en China. Y carteles feos, y los linyeras durmiendo en los portales del imperio.

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Escribe Michelle Bendeck

Por Rivadavia hay de a tramos luces chillonas, hechas en China. Y carteles feos, y los linyeras durmiendo en los portales del imperio. Hay papelitos con grasa adoquinando el piso, y los romances breves de parejas unisex. Hay bicicletas girando en el cielo de la noche, y hay caripelas por todas partes; hay unas que sólo son raras. Hay lagrimeo de sueño, quizás lagañas, hay en mi mirada una calidad de imagen quedada en el tiempo… Hay coordenadas en las nubes malolientes, en el aire frío.
Yo no sé narrar la noche, pero la transito en mis expediciones de sonámbulo. Los márgenes de “la city” se me vuelven un sueño, tal cual sueño…con las partes desencajadas y mal vueltas a componer en un rompecabezas de segunda mano.
Yo no sé qué fue todo esto alguna vez. Pero cruzo las vías dejadas de lado en la oscuridad y el limitado monte, y me interno en callecitas. En el paisaje de asfalto y la pintura que se descascara, implorando brillo al alumbrado eléctrico… Hay bailongos cada par de cuadras que me tientan, hay calidez en la ilusión siempre aislada de los inmigrantes. Y los arrebatos de cerveza y fermentos de chicha, y el olor a fritanga y el canto unánime de todos los borrachos que pasaron por el mismo sufrimiento: “¡Mentirosaaaaa…!”
Hay foquitos candentes en el barrio, hay desfiles candentes en el barrio interminable. Hay mujerzuelas de todos los géneros que me persiguen como si no fuera por los 50 pesos que tengo en el bolsillo. Hay pistas de hielo abiertas a las 3 de la mañana, con ese tipo de gente que es feliz porque es tonta. Y el sabático resguardo de la gente judía, que añoro en secreto en la noche reventada de los viernes.
Las casas señoriales se mantienen en pie, indiferentes al caldo de vida que las bordea, y yo me sorprendo de que todo quepa en el manto de la misma noche, de que tanto enredo quede fijado en una única memoria y tantos trayectos de pasos y pasos y pasos, en un único cuerpo. En este momento mis dimensiones exceden a mi cuerpo…se vuelcan hacia fuera, exceden por mucho este punto exacto de la calle Bogotá. Y también se comprimen y se internan, se reducen a mis tripas cuando entiendo lo que dicen cuando dicen “la profundidad de la noche”. Hay flores que en la noche declinan, pero en este barrio incomprensible, yo encuentro mis coordenadas a todas horas.

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