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La persona más longeva de Argentina vive en Flores

Hoy, el título de “persona más longeva” recayó en Isabel Barletta, que nació el 12 de septiembre de 1911 en el barrio de Flores y si las matemáticas no fallan, hoy tiene 113 años.

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La persona más longeva del país era Casilda Benegas de Gallegos, que falleció a los 115 años. Nacida en Paraguay el 8 de abril de 1907, vivía en la Argentina desde 1945. Tuvo dos hijos, ocho nietos, ocho bisnietos y tres tataranietos.
Hoy, el título de “persona más longeva” recayó en Isabel Barletta, que nació el 12 de septiembre de 1911 en el barrio de Flores y si las matemáticas no fallan, hoy tiene 113 años.

Hace unas primaveras, Isabel fue nota de tapa de este periódico. Ella atribuye su longevidad “al respeto por los demás, a la ayuda a los necesitados y a la apreciación de la naturaleza”. La longevidad parece ser hereditaria, ya que su hermana Deolinda, superó los 100 años. Hace diez años, Isabel recitó, con “impecable memoria y dicción” las primeras estrofas del Martín Fierro. “La rodeaban gran cantidad de manualidades, como abanicos de tela y encaje, que ella misma había confeccionado”. Entonces, la acompañaba Deolinda y su sobrina Marta. Isabel no se casó ni tuvo hijos.

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Haciendo gala de una buena memoria Isabel recordó cómo eran las casas bajas y las calles de barrio de Flores en su infancia. “Tengo recuerdos de cuando todavía transitaban carretas tiradas por bueyes por la avenida Campana, que luego fue Avenida del Trabajo y hoy es Eva Perón”, recordó.

También habló sobre los primeros autos y teléfonos que hubo en Buenos Aires. Y aseguró que no necesitaba computadora. “A la computadora la tengo en el cerebro”, aseguró.

A los 102 años, Isabel no tenía ni colesterol alto, ni hipertensión, ni artrosis. Solo tomaba atenolol para el corazón y veía algo borroso, aunque no usaba anteojos pero pasaba las noches casi sin dormir.

“Quiero que todos cumplan años como yo, para que sepan cómo es recorrer la vida, pero la vida buena”. Isabel nació el 12 de septiembre de 1911 en la calle Primera Junta, y luego se mudó a la casa que construyeron su papá y sus hermanos en José Martí para no abandonarla más. Como una vecina que hizo todos sus pasos en el barrio, también estudió acá. La primaria la hizo en una escuela que estaba en Francisco Bilbao entre José Marti y Quirno, donde ahora hay edificios de departamentos. Y después estudió dibujo, pintura e Historia del Arte en la escuela Fernando Fader, sobre el pasaje La Porteña.

Fue testigo de una infinidad de cambios en el barrio. Desde las calles de tierra, hasta la llegada de la electricidad y los primeros autos: “Íbamos al colegio con los zapatos embarrados porque llovía. Cuando llegábamos el portero de la escuela nos sacaba el barro del calzado con una palita. Tampoco había luz eléctrica, pasaba un sereno todas las noches por la cuadra. Recién en los años ‘20 pusieron faroles, uno cada media cuadra, alimentados a kerosene. Ése era el alumbrado público de aquella época”, contaba en la entrevista con la periodista Julieta Di Carli, de Flores de Papel.

Con una lucidez asombrosa, al igual que recordaba “cuando pasaban por acá los primeros autos, todo el mundo salía a la calle a verlos. Era una cosa nunca vista”.

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Le gustaba jugar a la rayuela y a la ronda, pero sobre todo disfrutaba de los famosos carnavales que Flores supo tener. “Mirábamos el corso y las murgas. Nos hacíamos una ropa linda, vistosa y salíamos a divertirnos tirándonos serpentina. Esa era nuestra diversión. Había concursos, como el del mejor coche o la mejor vestida, y daban premios”, relataba, para agregar que solía pasear mucho por la zona, hacía las compras, iba a mirar vidrieras y caminaba por la Plaza Flores.

Inagotable fuente de anécdotas, le contó a este diario sobre cómo surgió “el primer colectivo que hubo en Flores, que cobraba 10 o 15 centavos”. “En San Pedrito y Rivadavia había una pizzería, y al lado una casa de mudanzas que se llamaba La Veloz, y ahí paraba un auto de aquella época, como una camioneta. Una vez, como el tranvía (que pasaba por Rivadavia) no andaba, había gente que quería ir a su casa o a su trabajo y el chofer del auto les dijo ‘si suben las llevo’. Al él le convenía, porque estaba parado ahí, hacia siempre el mismo recorrido y se ganaba unos pesitos”.

¿Cuál es la fórmula para vivir tantos años? “Hay una sola y es respetar al otro. Porque él es igual que yo, igual que todo el mundo. Dios los hizo a todos iguales. Es importante admirar a la naturaleza. Pensar qué hago hoy, qué de bueno hice y procurar ayudar al necesitado siempre”, afirmaba.

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