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La iglesia en tu casa y Jesús en tu corazón

Escribe el Pastor Justo Janse

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Escribe el Pastor Justo Janse

Nos cuenta Lucas, lleno de entusiasmo al recordar los inicios de la Iglesia, mientras escribía en el libro de Hechos: “Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y eran estimados por todos; y cada día el Señor hacía crecer la comunidad con el número de los que él iba llamando a la salvación.” (Hechos 2.46, 47).

¿Por qué pensamos que es tan importante un templo para encontrarnos con Dios? Notemos que el templo es tardío tanto en la historia de Israel como en la era cristiana. Desde la creación y hasta la salida de Egipto se adoraba a Dios con altares familiares sencillos.

Moisés hace el tabernáculo (una tienda como templo) para enseñar la ley y ofrecer sacrificios a Dios. Salomón edifica el primer templo luego del año 1.000 AC y es destruido en el 587 AC.

Fue durante el exilio en Babilonia que surgieron reuniones caseras, lo que luego llega a ser la Sinagoga “Casa de reunión” en la se reunían al iniciar el sábado (viernes de tarde) a leer las Escrituras, orar y cantar juntos fomentando la ayuda mutua.
Jesús tenía por costumbre ir a la sinagoga, y también asistía a las fiestas anuales en el templo; pero el resto de la semana disfrutaba ir a las casas en donde era invitado. En esas ocasiones sucedían cosas maravillosas: sanó un paralítico (le quedó un lindo ventiluz por donde entraron sus amigos al enfermo), resucita a una niña y también es ungido en la casa de un fariseo; entre otras muchas cosas que nos cuentan los evangelios.

Cuando estuvo en casa de Lázaro; María y Marta se desvivían por atenderlo bien. Mientras que a María le interesaba estar a sus pies escuchando a Jesús; Marta no podía estar quieta: cocinando, limpiando, trayendo y llevando cosas. Pero esto, lejos de lograr que se sintiera bien, la tenía preocupada y cada vez más turbada por la quietud de su hermana María que “perdía el tiempo” conversando con Jesús. Si crees que Jesús está presente ¿Vos le prestas la atención que se merece?
Jesús fue gradualmente reconocido -o rechazado- como un enviado de Dios. En las buenas opiniones de la gente común se le consideraba maestro o profeta (elogios para cualquiera) pero significaba que su identidad no les había sido revelada. Pedro (con la ayuda del Espíritu Santo) declara: tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Pedro y Juan asistían habitualmente al templo a orar y cuando en el nombre del Señor un paralítico es sanado, les prohíben seguir predicando en los atrios del templo. Pero ellos estaban muy convencidos de que debían seguir haciéndolo -porque era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres- (lo cual es totalmente cierto). Es cuando la oposición cobra sus primeras víctimas en Jerusalén; que huyendo los cristianos dispersos seguían predicando a Jesucristo resucitado por todos lados y en cualquier lugar.

Así, los misioneros recorrían el mundo antiguo buscando primeramente los lugares en que se reunían los judíos. Y a pesar del rechazo de muchos, el evangelio ya no se limitaba a ningún espacio: junto al río en Filipos, en las casas, en lugares públicos de Atenas, o en las catacumbas de Roma sigue creciendo la Iglesia de Dios.
Afirmaba el sabio rey Salomón: “los cielos y los cielos de los cielos no pueden contener a Dios. ¡Cuánto menos este templo que he edificado!” (1 Reyes 8:27, 2 Cro 6:18). Y Pablo lo declaró también: “Dios no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 17.24).

Sin reuniones en el templo también somos Iglesia. Todos los días en tu casa el Señor te puede hablar mediante su Palabra y podés adorarle con tanta efectividad si le buscas realmente. Dios quiere llenar tu corazón, transformar tu vida y bendecir tu casa.

Jesús pasaba por Jericó y un hombre de baja estatura le quería ver. No tuvo mejor idea que subirse a un árbol para verlo pasar. Pero cuando Jesús llega, se detiene y le dice: “Zaqueo, bájate, es necesario que hoy me hospede en tu casa”. Zaqueo con mucha alegría le recibió en su casa (noten que este hombre era rico y despreciado por ser cobrador de impuestos para Roma). Luego, al final del encuentro en el que comieron y escucharon al Señor, Zaqueo reconoce abiertamente su avaricia y decide vivir con generosidad hacia los pobres; por lo que Jesús afirmó: “Hoy ha llegado al salvación a esta casa” (Lucas 19.1-10).

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¿Vos también querés encontrarte con Jesús? ¿Estás subido a “un árbol” para verlo pasar?
Jesús te dice: “bájate porque hoy quiero estar con vos en tu casa”. Y depende de vos que cuando escuches al Señor, la salvación llegue a tu casa y resuelvas cambiar tu vida en su nombre.

Finalmente les comparto un cuento para pensar un poco en cercanías de Semana Santa. “En un pueblito cerca del Cerro Uritorco (Córdoba) cierta noche un hombre recibió la visita de unos extraterrestres. Contrariamente a lo imaginado, eran amables, divertidos y conversaron animadamente hasta el amanecer mientras intercambiaban regalos sabrosos. Entre tantos temas le contaron al asombrado gaucho que Jesús, el Hijo de Dios, les visitaba en su planeta todos los años. A lo que simplemente, como cristiano, el gaucho respondió: “A nosotros nos visitó una vez hace dos mil años”. Bueno, -prosiguieron los extraterrestres- cuando ya llega el tiempo de la visita de Jesús, es una fiesta muy especial y lo esperamos con lo que más le gusta: ¡chocolate!… ¿Ustedes qué le hicieron cuando vino?”

“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:11,12).

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