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Un Flores no tan lejano

Ahora voy en bici a hacer el mercado. Todo porque ahora soy una chica de Flores y tengo una playera estilo vintage; juntas hacemos una “linda postal”

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Escribe Michelle Bendeck

Ahora voy en bici a hacer el mercado. Todo porque ahora soy una chica de Flores y tengo una playera estilo vintage; juntas hacemos una “linda postal”: Yo, toda abstraída, con mi canasta desbordando de naranjas para jugo (dos kilos por 20); mirando los balcones donde cuenta Oliverio que las florenses de antaño estallaban de deseo hasta la angustia por la mirada cualquier hombre… El 44 que casi me aplasta y entonces un aturdimiento que me hace dejar de andar mirando balconcitos para buscar una bicisenda, como Dios y el urbanismo mandan.

Cuando la encuentro pienso que a quién voy a engañar…Sé que va a pasar bastante tiempo para que me sienta una vecina más. Para que, por ejemplo, reemplace la bicicleta por la caminata con el chango. Para que salga con el pantalón del piyama, a mis anchas, y camine así entre la multitud de la calle Rivadavia. Para que localice con facilidad todas las loterías donde cargan SUBE y pueda guiar al tachero hasta casa sabiendo cómo salir a Curapalighue, usando con propiedad los nombres y las alturas de alguna que otra calle…

Pero ya he sido de tantos barrios, que estos juegos de la identidad cada vez me alteran menos la cabeza.
Sin tanto titubeo puedo ponerme en la boca el rótulo del barrio, aprenderme los horarios del tren; escuchar las historias locales de las viejas en la fila del supermercado, citar a los nuevos amantes en Plaza Flores, y mirar de la misma manera que esas chicas de Girondo: poniendo “los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino”.

Puedo perderme mil veces para pagar mi derecho de piso. Para encontrar las mismas caras que en todas partes, para rebautizarlas en un nuevo reparto. Flores nunca fue lejano. Y sin embargo, cuando camino por estas cuadras del siglo pasado todo me asombra y me despista como un beso a destiempo.

No puedo terminar mi compra exploratoria sin animarme a cruzar los confines del barrio… Luego de un camino tortuoso, por fin me atasco en el empedrado. Siento un ruido nuevo, una proximidad que no entiendo…entonces descubro que estoy dando paso a un tranvía, al mismo tiempo que descubro lo que es un tranvía. Lo miro como quien mira pasar a una estrella fugaz o a un dinosaurio resucitado. Lo miro hasta que su imagen alcanza una dimensión inmune al olvido, mientras se pierde en una vuelta de calle cualquiera.

Cuando me despierto del embotamiento tengo que levantar las naranjas para jugo y la bicicleta, que está a medio caer.
No me resta mucho más para contar, salvo un detalle: en el tranvía, había un hombre escribiendo.

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