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Flores es mi complicé

A veces pienso que estoy en otro lado. Me ocurren cosas como sentir la brisa del mar, o estar caminando con él.

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Escribe Michelle Bendeck

A veces pienso que estoy en otro lado. Me ocurren cosas como sentir la brisa del mar, o estar caminando con él. Podría dejarme llevar como una pobre tonta con exceso de alma, pero cierto sentido de la…“salud mental” me dice que estoy exactamente donde estoy, y así está bien. Que en general la vida es bonita todo el tiempo, pero que uno se la arruina viajando con la cabeza a lugares mejores y más problemáticos. Para quedar con un presente inmediato de manos vacías, o acaso cargadas de flores.

Ando llevando flores y el chofer me pregunta que si hasta el cementerio, como si no pudieran haber flores disociadas de la muerte, siquiera un sábado por la mañana en un barrio que se llama Flores.

Le doy la cara a la ventanilla bien atenta, quiero estar acá, y mirar a toda la gente que tengo cerca de verdad, físicamente. ¿Cuántas personas habrá y en cuántas partes del mundo, añorando a cada uno de los peatones que cruzan la avenida Carabobo en este turno de semáforo? Y que quisieran estar en la misma esquina que yo y con un ramo de flores, imaginando todas estas cosas que estoy mirando, y no el mar. Bajando del colectivo y paralizando la vida ahí, frente a esa vidriera de ropa en liquidación por cambio de temporada.

Yo los veo a todos como una multitud uniforme y está bien.
Porque a mí hoy me gustaría estar en otra parte y no hay sentimiento más sincero que ese. Le diría a mi barrio: “hoy para mí sos aire, y no valés ni un poco. Le he cambiado el nombre a tus calles y la cara a tu gente.”

Pero termino agradeciendo a Flores que sea mi cómplice, que deje de ser un lugar cuando necesito que deje de serlo. Quiero pensar en él fuera de estas cuadras, de estas cosas que me frecuentan todos los días.
Solamente puedo mirar con atención las flores, porque son el elemento raro y me impresionan, y me disparan y me tienden puentes. Hacia dónde no sé, pero tienen los colores de una tarde alegre, medio flamenca. Todo porque a él le gustaría verme así, con ese ramo amarillo estallando contra mi piel, contra mi maraña de pelo negro-madera. Todo porque ya están arrancadas, y se puede pasear esas flores por cualquier zona del aire, hasta deshojarlas encima de su cabeza mientras nos reímos y él me da vueltas en un prado con efectos psicodélicos…

Bajo en la parada del cementerio y por un momento me confundo entre otras personas muy blancas al lado de sus ramos.

Pero sigo de largo; también se puede estar vivo y tener el domicilio en la calle Varela, y poner las flores sobre el mantel de la mesa y pensar en él, mientras se escribe una carta para mandar a algún lugar lejano pero existente sobre la faz de la tierra.

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