Flores, el barrio donde me atropellaron y me enamoré

Escribe Julieta Landa

El barrio me entregó dos de mis primeras veces, en Flores me atropellaron y me enamoré, dos episodios y uno a la vez.

Caminando las siete cuadras poco transitadas que me separaban del colegio aprendí a estar en el barrio como si no estuviera ahí, como si ya lo tuviese dentro y desapareciéramos a la par en mi fantasía inaugural.

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La plaza Misericordia y ese colegio imponente y gris que se sumergía en el pasado, la plazoleta de Bilbao y Membrillar y el edificio de los balcones babilónicos, donde vivía tal vez alguien como yo, escribiendo de algo que siempre estaba por llegar.

Dando la vuelta el bar de La Farmacia, escenario predilecto de futuras primeras citas, y derecho la casa de Baldomero Fernández Moreno que invitaba al misterio, ¿quién vivirá en esa enorme mansión señorial tan bien cuidada que es como si nadie la pudiera habitar?

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Pero un auto terminó por chocar con mis cavilaciones y un amor impensado con mis planes a futuro.
Mi destino se torció al otro lado la frontera donde las historias no eran iguales, donde las avenidas se plagaban de gente, de bares todos iguales y negocios rebosantes, donde había lugar para todos, menos para nosotros dos.