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Ezequiel Boetti, el vecino del barrio de Flores que pone su cuerpo para frenar la pandemia
Debido a la pandemia, el periodista nacido y criado en Flores, Ezequiel Boetti, ya ayudaba con las compras a sus vecinos mayores. Ahora es voluntario en la prueba de la vacuna contra el coronavirus que llevan adelante el laboratorio Pfizer y la firma BioNtech. Cómo vive este proceso y su relación especial con el barrio.
Escribe Dra. Natalia Rivarola
“Es algo verdaderamente grande y es un honor participar aunque sea con algo tan simple como poner el brazo y esperar que surjan los efectos”, dice Ezequiel Boetti, vecino de San Pedrito y Alberdi que desde que empezó la pandemia buscó la manera de “ser útil”, como, por ejemplo, ayudando a hacer las compras a personas mayores de su edificio. Y apenas vio la posibilidad no lo dudó: “venía siguiendo todos los procesos de las vacunas. Cuando se anunció que se haría aquí, ni bien se habilitó el formulario lo llené y a la semana me llamaron para decirme que había sido seleccionado. El viernes 14 de agosto fue mi primera dosis”, cuenta a Flores de Papel este periodista de 33 años que forma parte de las pruebas que el laboratorio estadounidense Pfizer y su par alemán BioNTech, en conjunto con la Fundación Infant, llevan adelante en la Argentina para el desarrollo de la vacuna contra el Covid-19.
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Cuando se enteró que era una de las 4500 personas seleccionadas, entre las 25.000 que se habían anotado, fue un momento de absoluta alegría. Aunque no fue hasta varios días después que comenzó a “dimensionar su trascendencia no solo a nivel nacional sino mundial”. “Es súper importante que se sepa que es un proceso seguro y que los riesgos son mínimos”, explica. A pesar de que sus papás hubieran preferido que no lo hiciera, apoyaron su decisión y él se muestra tranquilo, con mucha confianza en los profesionales que responden sin dudas todas sus inquietudes.
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Esta vacuna usa una técnica llamada ARN Viral, “que consiste en utilizar una parte del código genético del virus para lograr que el ADN genere una proteína que opera como anticuerpo. Por eso en ningún momento la prueba requiere aislamiento, así como tampoco salir a abrazar afiebrados o lamer picaportes para ver si funciona”, detalló Ezequiel en una crónica para Página12, diario donde escribe de cine, sobre el día que le aplicaron la primera dosis (la siguiente fue el 4 de septiembre) en el Hospital Militar. Ese viernes estaba muy ansioso, “no porque pensara que fuera a salir mal, sino simplemente porque ya había tomado conciencia de lo importante que era y también siempre ir a un hospital te genera cosas”.
Desde que lo pasaron a buscar en auto por su departamento en el barrio trató de observar todo ya que “era algo súper histórico que pocos pueden ver”. Desde entonces debe completar un formulario sobre cómo se siente a través de un aparato hasta que termine la prueba dentro de dos años. “Hasta ahora me sentí bien. Un poco dormido el brazo, normal de cuando te pinchan. Pero por fuera de eso, que no era dolor sino más bien una molestia, nada. No necesariamente la vacuna te da síntomas”, explica con seriedad a este periódico.
Pero toda esa formalidad desaparece cuando toca hablar de Flores. “Yo lo amo con todo mi corazón. Estoy muy orgulloso de mi barrio”, comienza con entusiasmo.
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Si bien Ezequiel se mudó a su actual departamento en octubre del año pasado, no es un “nuevo” en el barrio. Nació y se crio en sus calles, más precisamente en Boyacá y Felipe Vallese, en la casa de su papá donde vivió hasta los 27 años. Después se fue dos años con un amigo a Almagro y vivió cuatro en Caballito. Sin embargo, nunca se sintió de otro lugar. “Todo el que nació y se crio en un barrio adopta su idiosincrasia y eso sos vos toda la vida. Puedo vivir mejor o peor pero yo soy de Flores. En la esquina de mi casa había una pensión de travestis y prostitutas y también es parte de Flores. Esas cosas son muy particulares del barrio y te terminan marcando y forjando la identidad”, sostiene.
Entonces recuerda una placa de Crónica cuando, tras un asalto cerca de la Autopista 25 de Mayo, un vecino dijo “vivir en Flores es hacerte guapo todos los días”. “Guapo en el sentido de valiente. El barrio tiene sus bemoles, pero yo lo amo – asegura – Roberto Arlt vivió a la vuelta de mi casa… Flores es eso, a veces un infierno y también los hombres sensibles de Dolina”.
Hizo gran parte de la primaria en el ya inexistente Instituto por la Cultura y el Arte, que funcionaba en la calle Aranguren, entre Cálcena y Donato Álvarez, y era de los mismos dueños del Jardín de infantes al cual fue sobre la calle Cálcena. Después estudió en el Colegio Nuestra Señora de Lourdes en Rivadavia 6270, y de ahí se trasladó a Almagro para hacer el secundario en un Industrial. Se recibió de técnico electrónico, comenzó la carrera de ingeniería en la UTN y trabajó, entre otros lados, en Metrovías.
Sin embargo, a los 20 decidió cambiar el rumbo por el que iba su vida y arrancar periodismo. “Ingeniería no era lo mío. Era bueno para los ejercicios, pero no tenía motivación alguna”, cuenta quien hoy escribe sobre cine en Página12 y el portal OtrosCines. Y fue justamente en las salas del barrio donde ese amor por el séptimo arte nació. “El Rivera Indarte es un cine que lamento verlo decaído, lejos de lo que supo ser. Yo fui toda mi adolescencia, me dejaban entrar teniendo 15 años a ver las películas para mayores de 16. Le tengo un cariño enorme. La primera vez que fui al cine con amigos estaba en sexto grado y fue al Rivera Indarte”, recuerda con alegría, y agrega que es el espacio donde fue por primera vez a ver una película solo en el año 2005. Aunque también rememora otros que ya no están, como El Coliseo, sobre Bonorino; el Cine Teatro Flores en Rivadavia 6661; o el auditorio San Roberto, en Bolivia 665.
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A pesar de que la rutina de todos se vio modificada desde que comenzó la pandemia, Ezequiel lleva con bastante tranquilidad el aislamiento, sobre todo porque el trabajo de escritura y producción de notas siempre lo hizo desde su casa. Aunque sí cambió el modo en que da clases en la escuela de periodismo TEA que, como todo lo referente a educación, se volcó a la virtualidad.
Y aunque trata de pasarlo lo mejor posible, extraña algunas pequeñas cosas, como ir a los bares de Flores a tomar un café los fines de semana con su papá. “Me da tristeza ver todo apagado. Por ejemplo, ver la Plaza Irlanda, que fue la de mi infancia, con aura triste… Igual ahora con el tema de la vacuna se empieza a ver un horizonte. Hay que esperar y tratar de que todo salga de la mejor manera posible”.
Y finaliza con un mensaje para los vecinos: “Seamos buenos que si no nos ayudamos entre nosotros no lo va a hacer nadie. Hay que empezar de abajo para arriba. Y no se trata de una vacuna, sino de qué estás haciendo para que el barrio sea mejor. Hay que ser solidarios”. Un “guapo” de Flores que pone su cuerpo a disposición de la ciencia para que el barrio y el mundo logren superar esta pandemia y recuperar su alegría.