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El Paquete del domingo

Lucía D´Anna Urteaga tiene 15 años y es vecina del barrio de Flores.

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Escribe Lucía D´Anna Urteaga

Esa mañana de domingo casi me tropiezo de lo entusiasmada que estaba buscando el diario Clarín por debajo de la puerta de mi casa. Eran las 10 AM. Aunque me imaginaba que el canillita ya había pasado hacía rato, corrí para verlo, para admirar su hermosura. Y claro, recoger el periódico que me traía.

Sin embargo, cuando me aproximé a la puerta, no solo observé el diario en el suelo, sino a él en su bici, extendiendo el brazo para tocar el timbre de mí casa. ¿Había vuelto con otra cosa? ¿Quizás un beso? Intenté acomodarme el cabello antes de abrirle. Podía estar en piyama y con cara de dormida, pero jamás despeinada.

Luz roja

– Buenos días. ¿Te puedo ayudar en algo?- le dije.
– Hola, ¿cómo estás? Hace un rato te traje Clarín, no sé si ya lo leíste. Pero no importa. Volví para darte un paquete que fue dejado en el puesto. El cartero me pidió que lo trajera yo porque piensa que hacemos linda pa…- confesó, avergonzado por casi revelar su secreto.

Le agradecí con timidez. ¿Acaso todo el barrio sabía que nos gustábamos más que el pan con la manteca que deseaba desayunar de inmediato? Cuando se marchó, destrocé, como una niña en navidad, el envoltorio del paquete. Mientras rompía, no sabía ni lo que me aguardaría dentro ni de quién venía aquel misterioso regalo. Tenía la altura de un vino pero… consistía en una maceta de cerámica con tronco grueso y ramas retorcidas.

Romper

¿A quién se le ocurriría regalarme un árbol en miniatura? Parecía un ombú. Como el que me trepaba en el Parque Rivadavia cuando era chiquita. Me invadió la nostalgia, el recuerdo de mi bisabuelo llevándome allí. ¿Cómo podía aquel bonsái hacerme derramar más lágrimas que las conmovedoras noticias del periódico?

Todavía no sabía quién era el remitente. Busqué alguna nota dentro del paquete. No quedaban más que tierra y piedritas, por lo que pensé en hojear el diario y seguir con mi vida. No obstante, cuando leí su anteúltima página, en la que yo acostumbraba a hacer crucigramas, encontré un aviso que decía: “Espero que te guste el arbolito”, firmado por Héctor D´Anna. ¿D´Anna? ¿Cómo mi primer apellido? Entendí entonces que este señor era mi bisabuelo, que me regalaba un bonsái de varias décadas, para que lo siguiera pasando de generación en generación, al igual que la costumbre de llevar a los nietos de Flores, al Parque Rivadavia.

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