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El cuadro colgado
Lucía D´Anna Urteaga tiene 14 años y es vecina del barrio de Flores.
Escribe Lucía D´Anna Urteaga
Me puedo considerar uno de los objetos más relevantes del Museo Barrio de Flores. Las personas que entran al aula donde estoy expuesto clavan los ojos en mí, con incertidumbre. Es molesto que la gente en general siempre quiera saber todo, en vez de interpretar por sus propios medios lo que está dibujado en mi lienzo, prefieren estar seguros, preguntándole al señor que da la visita guiada, quien tampoco tiene idea.
-Es de médico, preguntan los turistas extranjeros observándome.
-Quizás es de odontólogo, intentar adivinar los vecinos del barrio.
-Parece mi ropa del cole, exclaman los niños.
Desde las alturas, escucho los comentarios de ellos que desean resolver mi acertijo. A veces siento que mis compañeros de exhibición me envidian…¿Será porque resalto gracias a mi color amarillo?*
Ellos dicen que es por mi ubicación estratégica que algún día de verano escogí sin pensarlo mucho. ¡Cómo me gustaría recordar con precisión los días de mi creación! Se sintió un suspiro, mi pintor pegaba pinceladas sin agotarse y manchándose su remera color café. Yo, quieto como una estatua, anhelaba sus caricias con pintura, las cuales me provocaban risas y satisfacción. Ahora, estoy solo. Nadie me toca, como me agradaría que lo hicieran, auqneu según las leyes de los museos de arte y cultura, está estrictamente prohibido.
Algunas cámaras celulares me fotografían con la esperanza de nunca perderme entre las millones de imágenes. Es triste que su único propósito sea capturar la vida de otros objetos sin nunca poder imaginar bailar, exhibirse ni tomar té con leche. No estoy diciendo que yo pueda hacerlo pero por lo menos no me quedo viendo como otros lo hacen. Sé que un día seré retirado del museo con la intención de reemplazarme por otra pieza, quizás más actual, quizás más antigua. En el mejor de los casos, espero que sea de Carlos La Rocca.
