Alguien en el 133

Escribe Michelle Bendeck

Alguien miraba la vista por la ventana del colectivo 133 de todos los días. Miraba el mismo panorama borroso y estirado de Rivadavia, con una indiferencia muy lejana al gusto de la primera vez. Un gusto de provincianita que se viene a interesar de repente por esas zonas que son más mundo que el de uno, aunque queden prácticamente a la vuelta de la esquina.
De todas formas a esa Alguien ya le daban igual. Ahora que había pasado a ser una gestora de toda esa cosa, un engranaje en toda esa farsa de que hay unos que son realmente alguien y otros que lo son un poco menos y soportan todo con una sonrisa. ¿Qué tan alguien será satisfactorio ser? ¿Estar en dónde, para no estar tanto del lado más sufrido? A ella no le importa mucho casi nada; solo aspira a que no se la devoren, piensa, mientras oye acentos extraños descendiendo en las calles adoquinadas y bonitas de un Flores bicentenario.

¿Que no se la devoren quiénes? ¡Ay, estupidez! La humanidad tiene todo ese común espíritu de miseria: Alguien considera que es suficiente motivo para abolir el mito de la desigualdad. “También la misma esperanza de redención tenemos”, añadiría ella. Pero con ese sencillo obstáculo que somos los unos para los otros.

Alguien pensó que ella misma podría ser el yugo de otros Alguienes y se estremeció.
El colectivo ya iba por el seismil y pico y sintió deseos de alguna vez bajar y comprarse un buen vestido en alguna de esas tiendecitas de diseñador. ¿Para ponérselo cuándo? Quizás nunca, y dejarse engordar y cuando ya no sirva o no guste más heredárselo a alguna sobrina que todavía no existe.

Alguien pensó que solo era alguien en su propia medida y se sintió más libre. Su vara era tan arbitraria como cualquiera de las jerarquías en boga.
Ignorando más de la cuenta el exterior, Alguien abrazó su bolso y se puso a dormir.