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Agradecen a la Escuela primaria de Varela y Directorio
Creo firmemente en el poder del agradecimiento, enseñanza de mi mamá, vivir con el corazón agradecido a quien nos brindó su mano y en este caso el corazón.
Escribe Angela Muñoz
Creo firmemente en el poder del agradecimiento, enseñanza de mi mamá, vivir con el corazón agradecido a quien nos brindó su mano y en este caso el corazón.
Llegué a Buenos Aires un 10 de febrero del año 2010, llegué con el corazón roto por el desapego y una pequeña que crecía en mi panza, futura Argentina con corazón Azteca, pese a lo que la gente cree de los embarazos (todo es ilusión y miel sobre hojuelas) el mío no lo fue tanto, no es que no quisiera a mi nena, es que me dolía tanto el corazón, el alma y el cuerpo por el desarraigo que no podía hablar, reír, dormir; me atrevo a decir que a duras penas sobrevivía. Mi madre había muerto un año antes de mudarme seguida de una de mis mejores amigas, casi al año quedé embarazada de mi pareja (argentino viviendo en México) en ese mismo tiempo él quedó sin trabajo y analizando las opciones fue que los caminos se pintaban de celeste y blanco aunque en mi caso no había un sol incaico para iluminarlos. Así, con el corazón a flor de piel y mi cerebro confundido y asustado llegué a la Argentina.
En un inicio viví en Ramos en casa de mi suegra y a los 9 meses ya con mi pequeña en brazos nos mudamos al barrio de Flores al que mi esposo le tenía aprecio ya que su padre (QEPD) tuvo un almacén aquí.
En un inicio sólo salía para lo esencial, sólo respiraba y vivía por y para mi hija, de a poco comencé a salir, a reconocer el barrio. Los trayectos me parecían interminables, comencé a conocer sus plazas, procuraba sentarme en las bancas en las que hubiera una abuela; ellas siempre están ávidas de charla ansiosas de ser escuchadas y yo me encontraba en esa misma situación, dos veces intenté adoptar una y en ambas mi intento fue un fiasco. En otra ocasión me hice “amiga” de una chica de la plaza, hasta fui al cumple de su hijo, me sentí como un hongo pero no dejaba pasar ninguna oportunidad para tratar de hacer una amiga, no me importaba la edad, condición ni si era terrícola, sólo una amiga…
Así transcurrieron dos años y medio y a mi pequeña le tocó el momento de ir a la escuela. Yo comencé a investigar todas las escuelas del barrio y le llegué a mi esposo con un Excel muy bien documentado de posibilidades, sólo para toparme con un NO, no nos alcanza en este momento; yo fui a la escuela pública y mis hijos irán a la escuela pública, el alma se me volvió a ir al piso, lloré durante semanas. Para quien no sabe nada de la sociedad mexicana me entristece decir que somos una sociedad de castas, ninguno de mis amigos y gente allegada había asistido a la escuela pública, no es que no las haya, hay al por mayor pero en México no es nada bien visto asistir a la escuela pública, así que para mí fue como una estocada en el corazón, ese que con trabajos latía y se sostenía con palitos. No me quedó de otra que ir a informarme y terminar por inscribir a mi pollita en la escuela pública… Lágrimas de por medio…
Así llegó por fin el día, llegamos a la escuela 8. Yo tenía un extraño ritual de ponerle el guardapolvo a la entrada del colegio porque no quería que nadie viera que mi hija estudiaba ahí.
Entré con un nudo en la garganta y comenzó la canción que tendría que cantar por tres años consecutivos:
Estos son los colores de mi bandera, blanca como la espuma del mar, celeste como el color del cielo, con un sol, que brilla de verdad, para mí para vos para todos nuestra bandera, para mí para vos en el campo o en la ciudad, desde el norte hasta el sur al este y al oeste este es mi país mi bandera y mi lugar.
Y sucedió un milagro, porque los milagros ocurren, esa pequeño himno me hizo recobrar la voz, esa pequeña escuela me dio los primeros amigos, esa comunidad me devolvió mi esencia, me hizo sentir arropada y cobijada y lo más importante es que esa escuela me dio un país al cual pertenecer; fueron esos maestros dedicados, los que me enseñaron a través de mi pequeña a tener la capacidad de amar dos países. Ahí aprendí a entonar el himno argentino, conocí a San Martín, conocí el mate, escuche las mañanitas en versión tango, abrace fui abrazada, me enamoré de Quinquela, de Herminia Brumana entre otros. Por fin ya no tenía que buscar abuelas en los parques, aunque creo que sería buena onda de parte de todos tener este hábito, nunca se sabe cuando uno necesitará una charla. En esta escuela aprendí a practicar la humildad y re escribí en mi vida la acción de compartir.
Para quienes no la conocen o han pasado frente a ella pensando que es una escuela más o la escuela del Papa, yo les puedo asegurar que la escuela 8 es mucho más que eso, es un hermoso lugar donde si sabes escuchar y mantienes abierto el corazón, podrás conocer amigos, podrás enamorarte de un país y si tienes mucha suerte como yo podrás decir que cargaste la bandera esta bandera celeste cuyo sol hoy si ilumina mi camino y brilla en mi corazón.
Hoy nos vamos a conocer otros rumbos pero nunca diré adiós a la 8 porque no se dice adiós a aquello que se lleva en el alma guardado.
Este barrio y esta escuela me devolvieron las ganas de vivir. Gracias Escuela 8 por todas tus enseñanzas, gracias infinitas a todos los que forman parte de ella, gracias por tanto. Con amor.