Ciudad subterránea

Escribe Naum Vezub

-Qué tarde que se hizo, dos horas de espera en el consultorio.
Así como los médicos te cobran por su tiempo, los pacientes cuándo estos se demoran, deberían tener derecho a pedir un resarcimiento por la espera.

– Suerte que estacioné cerca, ¡Falcón, que poco iluminada está!
Al acercarme a la esquina de Bonorino activo la apertura del coche, con la mala fortuna de que me golpeo la mano; las llaves caen en la alcantarilla (¿sumidero?)

– Pucha, son el único juego que tengo, ¿y ahora?

Me desespero, trato de levantar la reja, es muy pesada, superior a mis fuerzas, con razón se las roban, ¿a cuánto cotizará el Kg de hierro fundido?
Me siento un imbécil. Pateo la cubierta con bronca e impotencia. Lanzo una puteada al aire.

Se acerca el canillita de la esquina que me estuvo observando.
– ¿Qué le pasa señor?
– Se me cayeron las llaves.
Un tipo parsimonioso y tranquilo este diarero, vestido con la camiseta de Boca y una gorra con propaganda de un casino, saca un atado de cigarrillos, enciende uno, le da una pitada y me lo alcanza.
–  Cálmese todo tiene solución en la vida.- Mientras estemos vivos, acoto.

– ¿Dónde encuentro un cerrajero habilidoso a esta hora?
– Puede bajar a buscarlas responde.
– No me cargue, acaso hay entradas VIP para boludos?
– No sé si son VIP, pero son entradas.
– No me joda,

– No es joda, fíjese que en la esquina está esa tapa redonda
– ¿Cuál?
– …Esa, esa que está en el centro de la calzada es un acceso que usan los de Obras Sanitarias y los cirujas que viven de las cosas que recuperan. Hay una escalera de hierro que lo lleva al túnel, si no le importa ensuciarse puede intentarlo.
Con ayuda de una barreta de esas que usan en las obras me ayuda a levantar la tapa, me alcanza una linterna y ahí voy, me tiemblan las manos, aprieto los puños para que no vea mi inseguridad, soy un tipo bastante estructurado y todo lo nuevo me resulta problemático.

– Adelante, me arenga como si fuera una carga de infantería.
– A la carga dijo Vargas pienso yo, dándome valor y comienzo a descender. Bajo.

Un mundo extraño y desconocido se me presenta, una estructura de techos abovedados con paredes de piedra, unas pasarelas elevadas justo encima de las alcantarillas, olor a cloaca muy intenso.
Observo un par de luces que se acercan, por la forma en que titilan son velas, al aproximarse escucho un vozarrón grueso, como el de un alcohólico que me interpela,

– ¿Qué hace un citadino acá abajo en mi territorio?
– No se ofenda, no pienso invadir territorio alguno, solo pretendo encontrar las llaves del coche que se me cayeron, pero imagino que en esta red de tuberías, colectoras, sumideros o como se llamen será tarea improbable.

– Por eso no se preocupe ese es nuestro trabajo, nos dedicamos a recuperar los objetos que pierden o se les caen a la gilada de arriba, sólo tiene que decir cuánto valen esas llaves para usted.
– ¿Mil son suficientes? No joda, por menos de diez mil no nos movemos.

– ¿Tanto? …está bien se los pago cuando las encuentren.
– Deben haber ido a parar en algún meandro, no se preocupe, para ello tenemos una zaranda. No se ensucie más la pilcha, quédese dónde está y espere

Los minutos me parecen horas, cucarachas gigantes de esas voladoras, algunas ratas más grandes que un gato. Este lugar no es apto para claustrofóbicos, incluso el ruido de las aguas servidas circulando me producen escozor.
Afortunadamente, pasados unos minutos que me parecen horas reaparecen “los buscas”, se estaban terminando las pilas de la linterna que me prestó el diarero y su luz era cada vez más tenue, acentuando mi sensación de pánico.

– Encontramos un juego con llavero de un Fiat, ¿son las suyas?

Un enorme suspiro de alivio al reconocerlas.
– Tomen muchachos el pago prometido, no alcanza a cuantificar mi agradecimiento. Me retiro prometiendo no invadir en el futuro vuestro territorio.
A la ducha rápidamente, ¿se quitará este olor nauseabundo de mi cuerpo?