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En casa de herrero, cuchillo de palo

Lucía D´Anna Urteaga tiene 14 años y es vecina del barrio de Flores.

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Escribe Lucía D´Anna Urteaga

-Buenas tardes. Está comunicado con atención al cliente de la empresa “Había una vez”. ¿En qué puedo ayudarlo?- preguntó el duende que estaba de turno.

Su voz sonaba amigable y hasta un poco graciosa de escuchar. Éste se comunicaba por teléfono desde el País de los Cuentos Maravillosos, esa tierra de la que nos suelen contar historias padres y abuelas antes de la hora de dormir. Del otro lado de la llamada, una muchacha del barrio de Flores se encontraba realmente enojada.

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-Hola. Llamo para hacer el reclamo de un producto que compré en su país hace menos de un mes. –dijo indignada la adolescente.
-¡Qué raro! Nosotros nunca vendemos productos fallados. Cuénteme –respondió el empleado de orejas largas y ropas de colores.
– Mire, la historia es así. Este año cumplí mis 15 y la verdad, no quería hacer una gran fiesta ni viajar a Miami con mis amigas. Quería visitar El País de los Cuentos Maravillosos. Y así lo hice; conocí varios castillos majestuosos, conversé con princesas como Cenicienta y Blanca Nieves, me crucé con Lobos Feroces, con enanos y con cada ser que habita en su reino. Fue un viaje mágico, lo que siempre anheló mi niña interior. –contó ella, mientras recordaba con una sonrisa llena de brackets muchos detalles de su experiencia en aquel país ensoñador.

-Me alegro que haya disfrutado de su estadía, señorita. –comentó el duende, encantado de escuchar por primera vez en el día un cliente contento. – Igual me pregunto qué puedo hacer por usted, porque por lo que entendí, ha comprado algo con lo que no se siente satisfecha.
Al duende, por mucho que adorara enterarse de los chismes personales de cada turista, no le pagaban por ese motivo, sino por la resolución de los problemas de los mismos.

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-¡Es verdad! Casi me olvido que he marcado este número de teléfono para quejarme por sus servicios. –la adolescente retomó su tono de voz irritado, ese con el que había comenzado la conversación. –Le quería hacer saber que el polvillo de hadas que compré en su negocio no funciona. No sé si me lo vendieron vencido, podrido o fallado, solo sé que no me hace el efecto que me prometieron.

-¿Usted me está queriendo decir que aquel producto se quedó muy por debajo de sus expectativas?- se notaba que el duende estaba leyendo esa pregunta de algún formulario de la empresa.

-¿No me escucha? Le digo que el polvillo de hadas, que supuestamente hace volar a cualquier individuo perteneciente o no del País de los Cuentos Maravillosos, definitivamente no me hizo levitar ni siquiera un poquito. Necesito urgente un reembolso. O hablaré con mi abogado.

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